El cuerpo fragmentado y las muñecas de Hans Bellmer

El cuerpo como convención. Romper la convención que es el cuerpo, que ¿por qué tiene que ser como es, y no de otra manera? ¿Hay forma más eficaz de extrañarse del cuerpo que transformarlo? No transformarlo en volumen, así sigue siendo esencialmente lo mismo. No transformarlo en color, en edad, nada de lo anterior es suficiente: hay que transformar su propia naturaleza. ¿Por qué dos piernas? Podrían ser más, qué hubiera pasado si hubieran sido más…


Barrigas, grasas, carnes que se aproximan más a la realidad que las de muchas esculturas. ¡Es una muñeca! En una muñeca el sexo puede ser tan explícito como queramos, pero no por ello menos excitante. Por eso, las muñecas de Hans Bellmer (Katowice, 1902-París, 1975) se vuelven eróticas: hay autorización, y hubo aplauso a esta actitud por parte de los surrealistas que le rodeaban. ¿Cuándo el sexo femenino es tan explícitamente visible? Ya era hora de que lo fuera, y tuvo que serlo en una muñeca.

Un cuerpo roto, tal alejado del que proclaman los nazis, tan alejado del ario como están todos los que huyen del nazismo. Desmembrado, hueco, vacío de carne pero con unas facciones de dolor, de pesadumbre que, aún en ese estado, lo vivifican.

Un torso sin cabeza, como los que pintamos en las escuelas de arte pero tan distinto. El resultado de un proceso de crueldad casi asesina, de desmembración, como el que vemos en la películas de Hollywood que nos presentan a la eterna mujer cargada de erotismo y atada a una silla, amordazada, reducida y suplicando, una mujer a la que le espera una crueldad sin cuento…

Semidesnuda, semifragmentada, rota, triste, encogida: la muñeca no es precisamente un alegato a favor del empoderamiento femenino. Qué va. La muñeca es un coro que canta desesperación y horror, es alguien que no confiesa escabrosos asuntos. La muñeca es alguien sometido, torturado, amedrentado. También es alguien que nos obliga a preguntarnos por nosotros mismos: ¿quién soy yo? ¿por qué estoy así?

¿Falta algo en este juego de volúmenes? No: sobraría si se agregara. Es perfectamente armónico este torso con amago de muslos, su geometría es contundente, su sexualidad nos interpela, su vientre no es grueso en su contexto ni su ombligo tosco: nos enseña que todo en el cuerpo es invención y convención. Merece la pena fragmentar el cuerpo para después reinventarlo, esta es una gran enseñanza. Pero, sobre todo, la enseñanza es que no hace falta presentar el cuerpo completo, que no es necesario ser tan explícito, que una sola parte evoca el conjunto, que el cuerpo habla muy bien (incluso a veces mejor) cuando se enmudecen algunas de sus partes.

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