
Había una vez una feminista desorientada que decidió que la feminidad era su posesión en exclusiva, que quien la tenía era quien podía hablar y que ella era una mujer como debe ser. Esto implicó que las otras no eran como debían ser. Esta feminista desorientada decidió que las personas llamadas transexuales no eran como debían ser.
Su discurso era cristalino y progresista hasta que le tocaban el tema. Cuando le tocaban el tema, hacía su aparición el fantasma que aparece siempre que hay peligro de transgresión: la enfermedad mental. Yo he visto con mis propios ojos que, cuando le tocaron el tema a la feminista desorientada, su gesto se volvió adusto y su voz crispada, hablando de El problema que tenían esas personas.
El problema en cuestión es un constructo, más o menos como es un constructo el donuts, es decir, una creación humana de apariencia inocente pero origen malicioso; el constructo es llamado disforia de género. Es un concepto de los que no pintan, sino sirven: un concepto subordinado al colectivo llamado Los normales, al que, al parecer, la feminista desorientada pertenece.
La feminista desorientada me cae bien, pero se bloquea. Se bloquea muchísimo. Hay dos formas de bloquearse en esta vida, derivadas de dos carencias: bloquearse porque no se tiene acceso a uno mismo (Denegado el acceso a mí. Por educación represiva. Por estres postraumático. Por olvido. Por incompatibilidad con mi conocimiento consciente. Por equis). Bloquearse por desconocimiento. (Porque no se tiene bastante experiencia de las cosas.) Ambos bloqueos experimenta intensamente la ultraderecha; el primero se explica en muchos libros y el segundo lo describe Walter Benjamin en La pobreza de la experiencia.
El constructo malicioso, el concepto subordinado, es infinitamente más peligroso que cualquiera que quiera hacer su agosto con su contrario. Es un concepto que, apuntalando a Los normales, destroza a muchas personas. Reprime algo que es de difícil comprensión para una mayoría en nuestra cultura, pero que es la inmediatez en otras muchas. Reprime algo que puede que lleve a parajes desconocidos, pero que es un camino civilizador imprescindible.
Resulta, feminista desorientada, que precisamente en el eso indescifrable que perturba tus enaguas hay claves que nuestra cultura neglige, y cuyo rescate es esencial para su supervivencia. Lo que a ti te descompone, es lo que necesitamos (una de tantas cosas) para sobrevivir. Lo que te hace apelar a la salud mental es, en realidad, su cura. Y la garantía de que se suprimen muchas crueldades colaterales a su represión.
Yo le diría a la feminista desorientada que ella, que sin duda es culta (monoculta, culta de esta cultura, de la nuestra) amplíe un poco más su monocultura y se lea el Tractatus logico-philosophicus de Wittgenstein; y si le resulta tan poco asimilable como la transexualidad, que al menos se lea esta frase: De lo que no se puede hablar, mejor callar. Y a ti, persona que estás en el lugar de lo difícil de entender, secreto de la vida, incógnita encerrada en ti, tesoro nuestro, te comento que, en esa nave de los locos en la que te quieren meter, estamos muchos buenos; ¡Y valientes!. Yo por lo menos estoy.