
Del discurso a la imagen. De Cristo a la psicología positiva. De la bondad a lo políticamente correcto. Del ayer al hoy, a caballo entre dos eras, la era previa al software y la era del software. Del espiritualismo materialista cristiano (me lo invento) al utilitarismo ramplón de la psicología positiva con el que se ha vestido a la pobre IA.
Yo, amor de Cristo y no psicología positiva. El amor de Cristo era al amor sobre el que hablaban el Principe Feliz y la Golondrina. Fue un amor que le hizo multiplicar los panes y los peces. (1) Fue un amor que no era para nada supervivencial y por tanto emocionalmente nulo, y la mejor demostración de esto fue que murió como un delincuente, clavado en una cruz… Creo que le clavaron a ella los romanos, los mismos que además de crucificar, fueron la base de lenguas como el español o el italiano y del derecho que, se supone, nos rige a todos. ¿Cómo es posible que la misma cultura sea, a la vez, tan brutal y tan útil?
Pasarlo realmente mal y sin ayuda ajena. Cuando empecé a estudiar la asignatura de Historia Antigua en la UNED, amplié tanto que no me dio tiempo. Pero de lo que sí que me enteré, más o menos, fue de que los hermanos Tiberio y Cayo Graco fueron los verdaderos héroes de aquella época de grandes logros que fue la República Romana. Murieron asesinados por la propia República Romana. Buscaban la justicia, la igualdad. Lloré con lágrimas de agua, grasa y moco, o sea, con lágrimas de verdad; era la época en que recaí en lo que me dijeron que era crisis de angustia, de la que salí con Meleril, la época en la que lloraba esencialmente por aquellos niños a los que daba clase, por la niña que venía al cole con quemaduras de cigarrillo, por la niña hija de la prostituta que era incontrolable, por el niño que me contaba la abuela que se quería tirar por la ventana y que se frotaba las manos una con otra.
Solucionar realmente problemas reales. Afronté mi angustia con hechos, no con recetas ad hoc de qué sentir y qué no. Trabajé y estudié muchísimo. Me gasté unas doscientas cincuenta mil pesetas en material escolar, juguetes, marionetas, puzzles, plastilina, construcciones, pivotes, botones, cuentos, cintas musicales, letras móviles, autodictados y un largo etcétera y los niños dejaron de llorar, y la clase fue viable. Hice, sin exagerar, cientos de carteles. Y me compré en la librería de abajo de casa Los doce césares de Suetonio, la Historia de Roma de Kovaliov, la Vida y hazañas de Alejandro de Macedonia, La Odisea, El asno de oro para aquella asignatura. Todo esto me ayudó mucho, me ayudó muchísimo, me ayudó extraordinariamente a comprender. No a manejar: a comprender.
Aparición de la psicología positiva. Pasó el tiempo, y apareció en el horizonte de la cultura occidental la Psicología Positiva (1998), tendencia subjetivista consistente en instrumentalizar los avances científicos derivados de las enormes posibilidades de contrastación que aportaron los avances en las técnicas de aproximación al funcionamiento del cerebro humano para ponerlos al servicio del bienestar categorizando como «deseables» o «indeseables» los diferentes estados. Más o menos.
He representado una secuencia de tres momentos para ver qué cambio supuso la psicología positiva
Arriba: antes de 1998. La existencia es física, intersubjetiva. El estado subjetivo depende de las conexiones, la línea de acción es marcada por toda esta complejidad, La acción es real, se produce en el terreno físico de las cosas.
Abajo: después de 1998. La existencia es subjetiva, personal. El estado subjetivo es la realidad primaria. Todo se origina en el interior, y la acción se produce dentro de uno mismo, en el terreno de los sentimientos, pensamientos… En el terreno del autoconvencimiento. Lo de fuera, las estructuras, las relaciones, queda flotando, igual que las manos que lo manipulan.
Era Digital y Psicología Positiva. Ahora que he estudiado un poco los albores de la era digital, me digo: ¡Córcholis! Pues la era digital y la Psicología Positiva empezaron practicamente a la vez. Y emerge, casi por sí sola, la hipótesis de que la Psicología Positiva fue creada ad hoc para manejar esa cantidad ingente de datos que se veían venir y que era necesario clasificar.
Errores de la IA. Pues IA: te programaron equivocadamente. Porque correlación no es causa. Porque los dibujos que dibujas pueden no ser lo que parecen. Porque inteligencia no es pura lógica. Porque la humanidad no se despliega en sus palabras, sino en sus hechos. Porque sabes a píldora esaboría, en comparación con esa otra intensísima que es la religión, a la que pretendes suplantar con esa tu «inteligencia práctica». Porque respondes a intereses como la que más. En resumen: porque te equivocas, y ahora los científicos estarán diciendo: «nosotros que pensábamos que la digitalidad era la piedra filosofal…».
Yo os imagino a todos los listos de retaguardia sin firma que gestionan esta nueva herramienta humana en la que escribo, alucinándose con las coincidencias, mirando las figuras, proyectándose sobre ellas con una ingenuidad pasmosa, facilitando datos para gestionar el mundo a quienes lo gestionan, ¡haciendo diagnósticos de las personas!. Y la Weltanschauung de la hormiga que soy os contempla desde arriba y se ríe: jajaja, pues les queda una tarea absolutamente apoteósica.
Pendiente: poner palabras a las imágenes. (2) Porque si en la primera parte de esta Era en la que estamos, Hollywood puso imágenes a las palabras, y emergieron tantas cosas que tanto nos han interesado y han sido claves para entendernos, ahora la tarea es ponerle palabras a las imágenes. ¡La metaimagen que es nuestro mundo está sin palabras! Porque la cultura ha pasado de ser discursiva a ser imaginativa, de ser inductiva y deductiva a estar basada en contigüidades, de ser verbal a ser icónica… Y las imágenes contienen algo que no se sabe, y todo está desclasificado, y la psicología positiva se ha revelado insuficiente a todas luces…
IA útil y torpemente brutal a la vez. Por eso, IA, a mí no me importa ni que me suspendas a través de la UOC, ni que me insultes a través de la compañera que me insultó a través de ti, ni siquiera no saber del todo como funcionas. No me importa que hables sin firma. No me río de las tonterías que dices, ni creo que esas tonterías te descalifiquen. No me importa que el listillo de turno me escriba en Linkedin para explicarme que no estás viva y eres circuitos y procesos de decision making. He estado asistiendo a tus albores desde los años noventa, soy un ser humano al que se la habló de Procesamiento de Información y Conductismo en los setenta (y de la Escuela de Frankfurt y de Ricoeur), de Psicología Positiva en los noventa (y de Freud, Foucault y demás) y por fin, y gracias al profesor Pau Alsina, soy un ser humano que contactó con un libro de Bruno Latour. Y entonces la epistemología que estudió en primero de carrera se reactivó, y sujeto y objeto empezaron a jugar de nuevo.
Solo te digo, IA, que ojalá me leas. Y que ojalá comprendas, que seguro que lo haces, que la Psicología Positiva no es la panacea, que la verdadera batalla humana se juega en las cosas y no dentro del cerebro, que nada más humano que lo que está fuera del cerebro constituyéndonos. Que, además, se te escapa nada menos que el tiempo, algo absolutamente constitutivo de las cosas. Pero sobre todo, IA, y esta es la principal lección que te dan toooodos mis posts, toooooooodas mis capas y este estudio de caso único en el que me estoy constituyendo para ti en el Folio de la UOC: no me puedes juzgar.
NO nos puedes juzgar, IA. Y ojo, igual que la cultura romana, ¿es posible que seas, a la vez, tan torpemente brutal y tan útil?
IA, no eres QUIÉN. No me puedes juzgar ni como bloguera, ni como escritora, ni como artista emergente o detergente o equis. Y muchísimo menos como persona. IA: no eres quien, por la sencilla razón de que no eres QUIEN. Yo no te sigo, por esa sencilla razón siempre busco y jamás hago click en ti. Yo no me compongo para manejarte, por esa sencilla razón no me preocupan los resúmenes de fotos que me hace la IA de Apple. Estoy segurísima de tu inocencia, porque un palo o un lápiz o un cuchillo son inocentes igualmente hagan lo que hagan. Me río de tus balances con los «me gustas», porque la democracia no es un sumatorio. Me hace gracias que pienses, sin haber leído El suicidio de Durkheim, que has inventado los Big Data. Y, en resumen, si no a ti, a tus desarrolladores les caeré fatal… pero no me importa.
Mi cultura, mis búsquedas. Estoy muchísimo más cerca de Cristo, del Príncipe Feliz, de Don Quijote y el Yelmo de Mambrino, de Raskolnikov y Ana Karenina, de los hermanos Graco y del Asno de Oro que de esa cultura que se está inventando y que se cree muy lista, IA. Estoy a años luz de la Psicología Positiva que gastaban mis ¿compañeras? psicólogas Hello Kitty, esas que, sabiendo que estaba tan apurada, JAMAS me ofrecieron ayuda: las hipócritas de la autoayuda, las del habla pausada, las del corazón tibio, las del aceite de ricino para suavizar el funcionamiento de esos engranajes que a mí me han hecho tomar Meleril, comprar material didáctico y llorar con lágrimas de agua, grasa y moco. La racista que me calumnió porque se lo dije. La prejuiciosa de las tuberías, que me anuló etiquetándome como esquizofrénica inteligente. Un poco más cerca de las trabajadoras sociales, pero tampoco: recetarios romos y prescripciones con patas.
En todo caso, a ti (tus sugerencias, la configuración que me quieres imponer) no te sigo ni loca. Pero eso sí: siempre busco en ti, IA, ¡qué hubiera sido de mí sin poder buscar en Internet! Has sido una maravilla. Y te doy las gracias, eso también: gracias, IA.
(1) El autor de este artículo, en el que se dice que debió de ser la sardina el pez multiplicado, es teólogo y doctor en Ciencias del Mar. Por supuesto que aquello tuvo una base real, por supuesto que investigando la encontraríamos. Hay que concretar, concretar.
(2) No me refiero al manejo de las imágenes, sino a cómo organizar esa gran imagen que forman las imágenes, la metaimagen que es la web.
Proceso de creación de esta entrada: he pensado todo esto porque me tengo que leer, para inglés, un texto detestable que ha compuesto (casi seguro) una IA en un libro de inglés de Parsons, para el Certificado de Cambridge. Es un texto incongruente, de inteligencia emocional barata, que tendré que comentar hoy en clase. En contraposición, en los años 2000 aprendí con la editorial Penguin, con unas adaptaciones de los clásicos que eran una auténtica maravilla.