
Si sólo existiera un artista en el mundo, y ese artista fuera Goya, el arte sería tan inconmensurable como lo es cuando incluye a todos. Porque Goya no tiene límites. Su mirada penetra la realidad de una manera tan profunda y sin deshacer ni perder nada de ella, que se diría que es la de la humanidad entera.
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Desde un inicio, se piensa el pincho, copia de cuerno, como aquello que someterá al toro, forma equiparable a él, segunda naturaleza inventada por el humano. La fuerza bruta del varón humano, aún siendo mucha, sólo en raros casos puede equipararse a esa otra fuerza que él admira: la fuerza del toro.
Cuernos de Toro y Fuerza Bruta de Hombre.
Maniobra de despiste del toro allí donde tiene visión binocular
Para poder bailarlo con el baile del torero, antes el toro ha sido muy amado. Muy estudiado. Muy observado. Así tendría que haber sido amada, observada y estudiada la ardilla. El topo. La hierba que germina. Los ojos del toro se han encontrado con los humanos. La visión del toro ha sido comprendida no desde la ciencia, sino desde la interlocución.
El toro y el pincho, la herramienta humana que el toro no entiende
El toro valora la envergadura del otro toro. El toro prepara su forma de embestir. El toro embiste a una envergadura. El toro puede con el caballo. El toro puede con todo, con casi todo. Pero el toro no entiende el pincho, como dice Goya aquí. Aquí capta la mirada ingenua del toro, que no está preparado para el pincho. El animal no entiende el objeto técnico.
Fuerza del hombre: sólo tu fuerza, unida a tu ingenio, pueden con el toro, hombre varón
Giran el hombre y el toro en este aguafuerte como una sola masa. Se entienden. Se compenetran, dice Goya aquí. Sólo la fuerza del hombre, unida al ingenio, pueden con el toro, hombre varón.
El toro no entiende el pincho
El pincho, que es su verdadero oponente, la prolongación de esa fuerza insuficiente del varón, crecida con su ingenio; el pincho, no es entendido por el toro. Y aquí nos lo explica Goya con el gesto del toro: con su cuello extendido y alerta, con su perplejidad. Mira al pincho, lo mira, y, ¡pobre!, no reacciona. No lo ve. No lo entiende.
Pinchos humano y taurino: igualados, familiares
Qué distinto es desde la perspectiva humana. El hombre sí entiende el pincho. El hombre con el pincho se iguala, prácticamente, al toro. Y lo supera, incluso, con una maña a la que llama «arte», que convierte en «arte», adornando su propio cuerpo esbelto, convirtiendo su falta de envergadura en un mérito más, anorgulleciéndose de ella. Porque tiene esa contigüidad llamada «pincho», banderilla, pica, espada… Desde la propia silla, que es su existencia en reposo, lo llama. Ni siquiera de pie. Ni siquiera teniendo la opción del movimiento. Alardea de valentía porque su alarde no es, en realidad, de valentía, sino de entendimiento de la situación, es decir, en el fondo, de inteligencia.
El pincho humano y el pincho del toro: la sangre y la sangre organizada
La sangre es la que sale del asta del toro, para su supervivencia como individuo y como especie. La sangre organizada es la que sale de la espada. La sangre organizada sale de la edad de piedra, cuando se constituyo como punta de hueso o mejor, como punta de piedra o mejor aún, como punta durísima de sílex. La sangre organizada sale de la edad de los metales, cuando se conquistó esa materia que sigue conquistada y mal repartida. La sangre organizada sale del diseño de los bordes de las cosechas, y de las lanzas de quienes defendían las propiedades. La sangre organizada mata toros, pero también sigue alimentando ricos, ahora en forma de misiles de color sangre, sangre organizada reciente, sangre organizada que mancha la punta de los pinchos en un ruedo, que es una sucesión de juegos para los que miran, un juego de vida o muerte para los que lo protagonizan. Y un «toro juego» es un toro que lucha. El artista debe ser un «toro juego», en realidad.
El hombre midiéndose con el toro, a vida o muerte
Es un juego en el que hay igualdad en el proceso. Hay uno al que se engaña: el toro. Hay otro que lleva la voz cantante: el torero. Hay uno que embiste, y otro que burla. Son dos, pero el cuerpo vulnerable de los dos es el mismo. Hay uno que muere por el hueso. Pero el otro muere por el metal… Uno muere por la naturaleza. Pero el otro muere por la Historia.
He aquí el hombre en sí mismo, sin su historia, menudo, desgarrado, sangriento, vulnerable a su propio juego, memoria de que también es un trozo de carne con ojos.
La lucha igualada, el riesgo evidente y la técnica humana convertida en arte y artilugio simultáneamente son las que están en juego.
El ave torpe que no vuela
Y aquí las mansas. El ave torpe que no vuela. ¡Gallina! ¡Que eres una gallina! Gallina cobarde no, sólo sin medios. Gallina que apenas pica. Pollitos que sois un sueño amarillo de luz y tú, gallina, en tu pesadilla. En tu vida hacinada. La muda sin el kikirikí. La fabricante de joyas llamadas «huevos».
El ave fabricada. La que sueña con la muerte día y noche. Aquella cuyo único placer es poner un huevo cada vez más enfermo. La ninguneada, la gallina, gallina bonita, gallina ciega, tonta, gallina que no cuenta ni pica ni vuela. Gallina usada hasta la extenuación de la gallina.
Para que luego llegue un imbécil y se deje el huevo en el plato.
Llora por esa gallina, toro. Llora por ella, tú que todavía eres persona y no un mero agregado en la cadena de producción.
Proceso de creación
He llegado a todo esto profundizando en una palabra, «banderilla», que utilicé cuando hice un texto comisarial en el marco de estos estudios, después de haber visto decenas de corridas de toros en mi vida y porque tengo una afición, bien confesada, al lado oscuro, al BDSM, a lo grotesco. Pero me estremece, por supuesto, ver el horror en los ojos del toro, como vi el horror, una vez, en los ojos de un gamo al que una leona había dado alcance. Lo vi un instante, y no se me olvidará jamás. Goya tiene aquí, en esta colección que tenemos la suerte de tener online, capturas de ese momento del horror, esta vez en los ojos de un toro. Porque por muy bravo que sea, sigue siendo persona: a él no le hemos arrebatado esa prerrogativa de todas las carnes con ojos que nos rodean, incluidos los ocelos (combinación de células lenticulares y fotosensibles) de las plantas…