
Esta entrada no es una entrada convencional sino la historia de mi paso por un artículo: un artículo que fue un cóctel molotov del que no digo el título no por prudencia sino por precaución, no vaya a ser que me estalle en las manos. NUNCA en mi vida había encontrado NADA igual, aún habiendo sobrevivido a tantas academias, y cursos de tipo NADA que he soportado a regañadientes en mi trayectoria docente y que han agriado mi carácter de alumna. Me lo recomendó la asignatura de Seminario de Investigación, imagino que como broma descomunal, bajo el influjo de una intoxicación etílica rozando el coma, por un error garrafal o bajo amenazas, y apareció dándole la mano a Goethe, a Bruno Latour y a John Dewey, en el mismo foro, codeándose con ellos. Comparto mi experiencia.
RISAS
Sin «segunda parte»
Empezó hablando de la responsabilidad de una política cultural educativa que por una parte considere las nuevas formas globales que aporta la producción de conocimiento y la investigación en artes visuales.
Punto.
Me quedé esperando la segunda parte (es decir, por una parte… y por otra).
Pero la segunda parte NUNCA apareció.
Esto NUNCA me había pasado.
Pesos plúmbeos
El primer párrafo es de una densidad conceptual que no tiene parangón ni en la Fenomenología del Espíritu hegeliana. En cuatro renglones, enhebra los conceptos de comunicación, arte, educación, experiencia estética, praxis, prácticas colaborativas, reflexiones, recorridos, despliegues, acción, posibilidad, teoría, interrogantes, nexo, condición, saberes situados, narrativas de género, estudios culturales y pedagogías críticas.
El renglón restante es de, una, la, sobre, en este caso, mi trabajo, a su vez, las, los, y, las, los, hacia.
Imaginé que había sido necesario un poder supremo prestidigitador para ensartar conceptos de ese peso plúmbeo con tan ligeros morfemas funcionales.
Gráciles pareados
Avancé al segundo párrafo que, como si de una obra musical se tratara, cambió el ritmo. Ya no iba de pesos plúmbeos: ahora iba de pareados, tan afines al saber curatorial en artes. Así, me encontré con:
- Investigación y experimentación
- Conocimiento y saberes
- Reales y fácticos
- Narrativas e imaginarios
- Educadoras y profesoras
- Simbólico y cultural
- Expresivo, estético y comunicativo. En este último pareado, se fue un poco el número, pero como estaba al final, quedó bien.
Avancé y me encontré con un texto inteligible y bien puntuado. ¿Será posible?, pensé. Pero era una cita. Seguí avanzando.
La profundidad abisal
Y seguí y seguí un poco más, trémula. Por primera vez en mucho tiempo, no tenía ni idea de lo que me esperaba. Y lo que me esperaba era como la fosa de las Marianas. Era el enunciado de la meta de la autora, la figura de su búsqueda, su imaginar:
Imaginar un territorio falible que pudiera contener en su inmaterialidad el código fuente de un habla común.
¡Esto buscaba! ¡Por eso compartía foro con Goethe! De inmediato, me evocó el Fausto. ¡Fausto! ¡Algo demoníaco! Me quedé paralizada. Apenas pude seguir, tanteando, con los ojos humedecidos por la emoción de esas palabras sin fondo cuando, un par de párrafos más abajo, me encontre con que la conciencia identitaria había arrojado a la autora a su otra realidad, la de intelectual del siglo XXI.
El feminismo ofrece la posibilidad de una transdisciplinariedad sincrética e integradora que supone un reto a las relaciones de poder en la sociedad, condicionadas por el género, la raza y la vulnerabilidad de las mujeres dentro de estas disposiciones.
Me pregunté dónde se encontraban las «disposiciones» en cuestión, designadas como «estas» pero sin antecedente.
– ¡Disposiciones! ¡Disposiciones! ¿Dónde estáis? ¡Os tengo que encontrar, con tanta cosa que tenéis dentro!
Nunca hubiera yo atribuido al feminismo esas palabras, ni viva ni muerta; su originalidad convirtió mi desmayo en una exaltación enfermiza, que me hizo seguir, bueno, no seguir leyendo, más bien seguir absorbiendo la savia nutriente de este artículo inigualable, trepando por las cumbres de la Fosa de las Marianas, tragando agua salada a mansalva… Pero no me importaba, con tal de seguir leyendo.
Rupturas egregias
En este punto, la autora, con ese sentido musical que ya he mencionado, decidió dar un vuelco: final de la primera página, hay que animar esto se diría. Entonces aparecieron en su discurso estas rupturas de realidades que en su cacao percibe como jerárquicas. Sólo se le ocurrieron tres, pero tuvo a bien, con su afán de amenizar, separarlas con esa rayita que representa muy bien los límites. Estética/ética, cultura/naturaleza, arte/ecología. Al romper todo esto, estaba haciendo un destrozo doble: rompiendo límites y jerarquías.
Mención al Alzeihmer
En la segunda página, mi corazón se sobresaltó. Tocaba un tema que me concierne. Mencionaba el Alzeihmer, si bien lo hacía con estas letras tan originales como el resto del artículo, Alzeihmer. Me apenó un poco que la autora no se hubiera dado cuenta de que Alzheimer se escribe Alzheimer y no Alzeihmer, pero le respeté que, por lo menos, lo había puesto en mayúscula.
Despues de recoger esa información que me tocó de cerca con sus dedos disortográficos, me fijé en el contexto. Y no creáis, amigos, que el contexto no estaba a la altura de este Alzeihmer, porque la autora ponía su Alzeihmer en el contexto de la antipsiquiatría de la tercera edad, grupos de daño cerebral adquirido, cuidados del cuerpo y condiciones de vida con grupos de adolescentes y diversidad funcional. Tal rigor clasificatorio, como es a veces común en los mundos del arte, no me sorprendió en exceso. Por otra parte, la ortografía del alzeihmer y de otras palabras como autorepresentacion o el uso peculiar de las comillas («los llamados» grupos prioritarios) me garantizaban el carácter pre-IA del texto, lo que tenía su mérito.
Conclusión autoconclusiva
La conclusión no me decepcionó: estuvo a la altura del artículo. Porque fue una conclusión que no concluía sobre lo que se había dicho en el artículo, que nunca supe qué era, sino que varias ideas al hilo de las cuales iba concluyendo. Para que te hagas tú, amable lector, una idea clara de a qué me refiero: la estructura fue esta.
Nota: este gráfico es una ilustración tomada de mi futuro libro, que titulé De la belleza de los textos pre-ÍA, libro lleno a rebosar de ilustraciones de cuya belleza conceptual es botón de muestra este Ejemplo de conclusión autoconclusiva. Aunque el artículo que comentarmos lo supera con creces.
Y PENAS
Con posterioridad, tuve oportunidad de oír a la autora de este artículo. Me inspiró mucho respeto, sabía perfectamente lo que decía y adiviné que su actitud desafiaba el formalismo universitario, y que estaba muy implicada en la realidad. Pero este artículo no tenía que haberse impreso: la persona que lo escribió tiene un evidente problema con un lenguaje escrito con el que está enemistada y nadie la ayuda. Oralmente, esta persona era impecable. Me pregunto si no se podría corregir amablemente a los profesores cuando se equivocan.
Me pregunto cuál es el papel de los otros (entendiendo el término, en este caso, como «compañeros») en la universidad. Pido que se corrija más en todas las universidades, que se premie el comportamiento de corregirse unos a otros, también más redireccionamientos a los alumnos, más interacción sobre la marcha. Pido más ayuda de unos a otros en general.
Pido menos risas y más compromiso en la enseñanza superior. Pido ayuda para mí para aprender, pido ayuda para quienes la necesiten en las áreas de conocimiento que sean. Pido más humildad en los docentes universitarios, y más trabajo de unos con otros. Pido una humanización de la universidad y, en concreto, pido más humanidad en la enseñanza de las humanidades. Y pido contrastación. ¡Mucha más contrastación!
Me pregunto, también, si tienen futuro las humanidades cuando la manga es tan ancha, porque ellas no se autocorrigen como otras áreas científicas cuyo avance se hace imposible en el error. Me pregunto si es respeto responder al error con el silencio. Desde luego, lo que no es para nada respeto es responder al error con risas patentes u ocultas. Y me quedo atónita frente a mí misma como heroína del conocimiento, sin naufragar en los malos textos, intentando aprender siempre en áreas disciplinares con un silencio tan hostil como el que ha rodeado a este artículo desde que salió de esas manos (por otra parte, como digo, manos muy sabias) hasta llegar a las mías, con un silencio tan hostil como el que me rodeó cuando me leí sus dos páginas infumables en el trayecto al médico, con el silencio de estar desde mi adolescencia construyendo a duras penas, como puedo… ¿Qué interdisciplinariedad ni qué ocho cuartos? ¡Si no hay ni «intradisciplinariedad»! ¡Si no hay ni siquiera interacción intelectual!
Portada. Bischofberger U (2025) Mujer cansada y triste en el metro. (Fotografía de alta resolución, modificada.)
Subtítulo: me autorretrato retratando.