Reproducción del autoritarismo

Pública

Mi objetivo, al criarte, no es que estés bien: es que seas importante. Mi objetivo al criarte es ser importante yo a través de ti. Tu bienestar físico, tu bienestar subjetivo (mental) no cuentan: lo que cuenta es cómo figuras, porque de cómo figures dependerá cómo figure yo o, mejor dicho, la idea que tengo yo de cómo figuro.

Mi objetivo como institución, al curarte, al instruirte y al protegerte, no es tu bienestar: es que lleves, impreso en ti, el logo que me representa y que, en tu camino, vayas dejando la huella de ese logo. Mi objetivo como isntitución soy «yo» frente a «ti», el una frente a otra, no hay más.

Mi objetivo, al criarte, no eres tú: soy yo. Tienes que figurar en la sociedad humana. Tu mera existencia biológica no me satisface, no me es suficiente, eres un ser demasiado pequeño e insignificante. Es tu figuración aquí la que me satisface; es el rol que asumes y tu papel en la disputa general de las identidades que es, en el fondo, la disputa del poder.

Mi objetivo, como institución, es la supervivencia propia, muy por encima de la supervivencia de los que se alojan en mí. Mi supervivencia es mi única validación; el camino en mí de aquellos a quienes curo, instruyo o protejo es un detalle, se podría decir, sin importancia. Al relacionarme contigo, mi objetivo soy yo.

Mi objetivo, al criarte, es refigurarme en ti. No te quiero ver, no me hace falta verte en tu peculiaridad vulnerable: sólo quiero verme a mí, convertido en lo que importa. Por eso me da igual el perro que, igualmente, crío pero sin atención, porque el perro no va nunca a figurar. O el viejo anónimo. O la niña que no va a ser parte del poder. Por eso no cuido, por eso invierto en seres pero no cuido. No cuido al perro, al viejo o a la niña porque sólo desempeñan un papel accesorio en el juego de poder. No cuido a nadie en realidad. La relación antagónica a la relación autoritaria es la relación de cuidado.

Mi objetivo, como Estado, es ser el que más, afirmarme como sea, cuando sea y donde sea y crecer. Es que mi pueblo, la voz de mi pueblo, el mensaje de mi pueblo sean un lustre colectivo. Ese lustre colectivo es alimentado por mí y soy yo que, en este juego de transfusión de deseo de poder, dejo de ser yo para ser el pueblo, la voluntad del pueblo, el Estado.

No importa la existencia biológica, la existencia material. No importa eso que, sin embargo, puede servir tan bien a los argumentarios. La Realidad con mayúscula se escapa por todos mis poros. Lo único que importa, lo importante, son las transfusiones de poder. Yo soy mi hijo, yo soy mi institución, yo como sistema de salud soy el ser sólo en tanto que está curado, mi alumno soy yo como institución, mi Estado soy yo, yo soy mi Estado.

Sobrevivir en el agua, dar brazadas aquí y allá cuando el placer de vivir se ha perdido, cuando se ha perdido ya en un origen lejano que ni se recuerda, cuando la vida es un simulacro de vida, cuando el sinsentido empapa cada uno de los pequeños actos en que consiste vivir; sobrevivir en el naufragio, cuando la tabla de salvación, el madero, el único madero, es «la importancia»; sobrevivir cuando lo que cuenta es el papel; cuando lo que cuenta no es vida, sino amarga supervivencia. Es olvidar la vida de la vida, el aire, la comida, el paseo, la caricia. Es olvidar lo que llevaba prendido todo eso, que era la otra vida, la otra vida que, tal vez el problema es que se fue para nunca volver.

Igual que la codicia es aferrarse al número para intentar apresar el placer que se escapa, el autoritarismo es aferrarse a ese esqueleto conceptual que es «lo importante» para olvidar la pena que supone la pérdida del temblor de la vida: lo irrecuperable.

A lo mejor es la longevidad, en el fondo enfermiza, la causa del desatino. A lo mejor es que la estructura técnica que facilita la supervivencia tiene que sobrevivir de este modo. A lo mejor es la larga esterilidad que sucede al corto período de fertilidad en la humanidad civilizada. A lo mejor es el odio desnudado por la incomodidad corporal que surge como deseo de machacar todo lo que no soy yo, lo mío, los míos. Pero lo que es seguro es que es algo específicamente humano, sólo un ser humano se cree que él es un Estado, sólo un ser humano ve «el Estado».

[Toda esta base fría, fétida, putrefacta. Todo este fundamento hueco. Toda esta experiencia asfixiada. Todo este malestar es la fundamentación de Carl Schmitt, de todos y cada uno de los sinsentidos conceptuales a los que llega como presupuestos en la justificación de su «Estado contra el Derecho».]

Bischofberger U (2025) Retrato del Estado (Arte digital con Paint)

Texto curatorial del Retrato del Estado. 

El Estado se dibuja con los pies de barro, sin pies. El Estado es un patriarca, por sí mismo estéril, como no podía ser menos, pero iluminado por el blanco deslumbrante del poder, pintado en blanco y en mayúsculas porque es su esencia. La cabeza es pequeña, y poco irrigada, porque no le hace falta pensar de forma centralizada: tiene un sistema nervioso ganglionar; sin embargo, la cabeza existe como representación, como «esfuerzo por ser Estado» aunque, como digo, es tan pequeña como la de un Führer cualquiera.
En segundo lugar en cuanto a tamaño, se dibuja la palabra «importancia», porque la «importancia» es el modo de existencia del Estado. Sobrevive gracias a aquellos elementos cuya «importancia» les es dada porque facilitan la supervivencia del Estado.

Como ocurre con cualquier estructura en el tiempo, lo más importante es que sea reproductible. Por ese motivo, los mecanismos de «transfusión de poder» son esenciales, porque lo reproducen y, a la vez, lo fortalecen. Él es él (que, en realidad y como decimos, es ganglionar, luego como identidad es sólo medianamente importante) y son las instituciones, es su propia reproducción y es su vida o existencia en el tiempo, todo ello representado en rojo porque rojo es un color que llama la atención y evoca la sangre. Todo ello puede formar algo hermoso, una especie de «flor» en el seno del Estado.

Pero lo esencial es el trasunto de verdad de todo lo anterior, que está representado en el centro: la mujer con el bebé en su seno, envuelta con artificio por el triángulo que es la institución, salvaguardada con artificio por el rectángulo, a modo de bandera, que está a la derecha, y que también representa al Estado.
El bebé del Estado está en rojo, es el trasunto del bebé blanco (vivo como la flor) de la mujer.

Deja una respuesta