Los denostadores de la humanidad

Pública

Si tuviéramos que eliminar a todos los que han injuriado a un amplio colectivo de la humanidad, nos veríamos reducidos en número, pero de qué manera. Si tuviéramos que borrar del mapa a los que han injuriado al vecino, los restantes decrecerían, también, considerablemente en número. Si hubiera que censurar, castigar o suprimir a los que, en el contexto del enfado, han echado sapos y culebras por la boca, quedarían muy pocos. Pero, aún así, no habríamos hecho la gran «limpieza»: la limpieza de los denostadores de la humanidad.

Los denostadores de la humanidad son el ciento y la madre dentro de las élites de la historia de la cultura. Para sobrevivir, es imprescindible barrer hacia fuera, barrer a los que nos desprecian como humanidad, a los que nos arrinconan, a los que nos consideran sumidos en la ignorancia, feos o de mal gusto. En ellos está la raíz del vídeo que hice ayer, cuyo texto curatorial (que es como llamo yo a lo que pongo en YouTube para explicarlo) es el siguiente:

Los derechos fundamentales de todas las áreas están tan incorporados a la cultura en el siglo XXI que su exclusión bajo cualquier argumento o enfoque ideológico se vive, por parte de todos, como injustificable. Se sitúan en el terreno de la evidencia que sustenta todas las áreas de la convivencia humana y se enfocan desde la existencia material de las personas (desde su existencia subjetiva e intransferiblemente propia y desde su corporeidad objetiva en el reino de la necesidad) y de ningún modo como valores opcionales o ajenos a la realidad humana. Se viven como necesarios tanto los propios como los ajenos. Son conquistas cuyo alcance geográfico es irregular, pero que avanzan como tantas otras.

En este vídeo, inspirado en el pensamiento del ideólogo del nazismo Carl Schmitt, se relaciona la defensa de la inexistencia de los derechos con su inexistencia como evidencia subjetiva en el propio Carl Schmitt (y en toda persona o colectivos de personas que se agrupan despreciándolos). Se describe, por tanto, la falta de vinculación positiva como el punto de partida de un desprecio a la propia humanidad que se expresa en el vídeo apelando a ella como «detestable humanidad», desprecio que el ser humano puede desarrollar aún cuando en su medio cultural se hayan alcanzado cotas altas en lo que a amor a la humanidad se refiere. Todo lo anterior, a partir del título: lo que late bajo la negación de los derechos humanos.

La autora ha escrito en Paint, ha alargado las letras, las ha seleccionado y movido como un acordeón y grabado el proceso. Estas letras, difícilmente legibles, de un mensaje que el emisor comprende perfectamente que, en el fondo, es inconfesable, al desplegarse ponen de manifiesto ese inconfesable: el desprecio a la humanidad, y cuando se repliegan lo ocultan. De este modo, el desprecio a la humanidad que subyace a tantas y tantas visiones del mundo, el desprecio a la humanidad en su conjunto, a la humanidad como tal, aparece y desaparece a los ojos. Porque todos sabemos que es algo que no debería existir jamás.

Empezaré por el antiquísimo «miserable raza de un día, hijos del azar y la fatiga…» que nos interpela como miserables, contingentes y dignos- dignos de muerte. Y termino hoy mismo, o ayer, con los escritos sobre el kitsch y con todos los que denostan lo vulgar y se ponen en la fila de los que se dirigen a escupir a aquel campesino que inventó Greenberg, pasando por los Carlos y Sigmundos, el que dice más o menos que como sujetos sólo tenemos la facultad de aclamar y el que afirma que lo esencial de mi cabeza es que está engañada, y también por los que afirman que, al nacer, nací manchada de partida. Me iré haciendo una relación de todas las indignidades que, en los libros, se me presentan como maravillosas descripciones de mi ser. A todos ellos, los barreremos.  Y, cómo no, recuerdo aquí a los otros, a «mis otros», a Van Gogh y sus comedores de patatas, a las madres de mis alumnos entrando en el despacho con sus decenas de papeles y papelitos medio doblados, llenos de la grasa de sus quehaceres en la cocina, decididas, por encima de todo a sobrevivir. Optando por la vida. Apostando por la vida, siempre por la humanidad frágil pero que merece la pena, merece muchísimo la pena, por supuesto que sí. Y este no es un posicionamiento valorativo: es el grito de la mariposa como mariposa, el grito de la oruga como oruga, el grito de la humanidad como humanidad.

ANEXO

Venga, valientes. ¡A tachar! Es hora, es el cambio de Era. Sabemos, élites, que vuestros errores son tan grandes como vuestra posición en el conjunto. Asumirlos os cuesta, claro, a vosotros y a los que os siguen. Pero o asumis errores o caéis de vuestra cima como élites a la sima de la ignominia. Cuanto más arriba, más honda será la caída. Empecemos a tachar. Algunos, «se tachan solos». Otros, llevan una coraza institucional que es casi imposible traspasar. Pero otros se presumen como «intachables» cuando sus lagunas han creado las nuestras y, por tanto, urge su crítica tanto como nuestra reconstrucción. ¡Tachemos! Los más lúcidos entre ellos, si hubieran vivido hoy, se tacharían. Sólo Sócrates sobrevive siempre…

 

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