Pública El piso compartido puede ser grande o pequeño. Si es grande, tiene muchos inquilinos; si es pequeño, tiene pocos, pero el piso compartido siempre es compartido («shared» en inglés). El piso compartido tiene varios jabones para lavar los platos: uno es de un inquilino, otro es de otro inquilino, otro es de otro inquilino (y así sucesivamente, hasta el jabón «n»). El piso compartido tiene: habitaciones, camas, papeles higiénicos, etcétera.
En el piso compartido la realidad inmediata, el ser esencial, es lo plural. En el piso compartido no hay uno de casi nada. El piso compartido tiene muchos jabones, muchos papeles higiénicos, muchas basuras etcétera (1). Bueno, lo que sí tiene el piso compartido de forma única suele ser la cacerola, que suele tener algo pegado que no se quita. También hay otros objetos técnicos cuya existencia es la unicidad (¡O incluso la ausencia de ser!) por ejemplo, el colador, la espumadera, el cuchillo que corta y otros muchos que pueden «ser o no ser». Nunca sabes cómo terminará tu proceso de cocinar, porque el «ser o no ser » de los objetos es tipo Schrödinger: son y a la vez no son (¿No había uno? Sí… Ayer sí, pero hoy no. Mañana, no sabemos).
En el piso compartido hay personas. Las personas del piso compartido no suelen tener el valor «limpieza». El valor «limpieza» es un valor que suele brillar por su ausencia (valga la paradoja) en el piso compartido. El estátus ontológico de las personas del piso compartido es la «despreocupación». En el piso compartido, si se moja el suelo se moja el suelo, sin otra implicación. En el piso compartido lo tuyo es tu habitación, el resto no te preocupa porque no es «tuyo», de modo que, por ejemplo, si se te rompe una olla, ahí se queda. Si se te sale el calentador, no es tu problema. El piso compartido es una especie de tierra de nadie u oeste americano desarmado, sin sombrero ni emoción, neutral y anómico.
El piso compartido es una realidad que tiene muchas opciones, por lo que nunca lo podría terminar de describir en esta redacción sobre el piso compartido a pesar de mi esfuerzo en compartir lo que sé del piso compartido. El piso compartido tiene el derecho de propiedad en forma de gradiente. La mayor intensidad propietaria está dentro de tu habitación, y son tus cosas; a continuación, dentro de tu habitación, que son las cosas de tu habitación; y por último, el resto del piso compartido, que lo estás pagando pero que en el gradiente de propiedad está después porque «no es de nadie», aunque te lo están cobrando a base de bien. Por último, la escalera ya no es nada ni de nadie, y la calle no digamos. Este tema requeriría un tratado (2) sobre el piso compartido pero, por favor, que no sea marxista, que somos gente de bien y con valores como churros e incluso con cruces, aunque no gamadas.
El piso compartido es una experiencia que todo ser humano debería tener (3). Si nunca has viajado en tren, viaja. Si no has tenido nunca un orgasmo, tenlo. Si no has ido nunca a un piso compartido, ve. Es como ir de camping o a un bungalow pero en una clave más actual y urbanita. Si no has tenido la experiencia, debes ir pensando en tenerla. El piso compartido es otro mundo en tu mundo, un colocón existencial, un satori que te ofrece nuestra cultura occidental, qué quieres que te diga, es casi un lujo asiático pero en plan ilustrado. El piso compartido, en resumen, es una forma de compartir la existencia del ser humano que consiste en que compartes, con la especificidad de que no compartes con el valor «solidaridad», sino que tu compartición tiene el valor «individualismo atroz» de «yo voy a lo mío y que se caiga el mundo», que es el valor con el que tu padre y tu madre te han educado para que salgas adelante tú, tú y nada más que tú, tu herencia y tú y que se caiga el mundo.
Si en alguna película de cine contemporáneo ves seres que caminan por el pasillo en pijama hacia el cuarto de baño como si fueran los viejos zombies pero con un rollo de papel higiénico en la mano -rollo de papel higiénico que no dejan en el baño para que no se lo usen-, esa película tratará sobre el ser humano que vive en el piso compartido occidental del siglo XXI, al que podríamos llamar «el compartidor». En vez de ser, por ejemplo, un ser que comparte cabra y escalera y apela al corazón humano para que comparta, es «el que comparte todo sin compartir nada»(4), lo cual no deja de ser un arte del tipo «arte oculto». Es el arte del piso compartido, como he demostrado en esta redacción sobre el piso compartido, y el arte de no pensar en aquello nuclear que tenemos delante, práctica habitual de la humanidad. En este caso, la complejidad de la vivencia de la «propiedad», que requiere que aparezca una nueva área de investigación, que creo que ya se está moviendo y se llama «antropología de la propiedad», estudios etnográficos de la vivencia de la propiedad o qué sé yo. Y con esto, doy por terminada la redacción.
Por su parte, la Tierra afirma:
Estimados intelectuales: Como sigáis con tan gran desconocimiento de esa área, os va a pasar como en Weimar, que, por no haber incluido algunas correcciones importantes en la Constitución, hubo consecuencias terribles (¡Y nadie lo dice! ¡Pío pío que yo no he sido!). Pues aquí u os ponéis a pensar urgentemente en la «fenomenología de la propiedad» o, a la vez que privada, vais a convertirme en deprivada. Deprivada de atención, deprivada de vida y muy infeliz.
Firmado: la Tierra
(1) Llamo a estos objetos «objetos técnicos» porque son lo que son, y aquí empieza el lío de la propiedad y la compartición, en que sean objetos técnicos.
(2) Aquí hay que poner orden. Este tema de la propiedad en el piso compartido requeriría darle una vuelta a la pseudoinvestigación de la pseudociencia psicoanalítica, aparcar dicha pseudoinvestigación sobre paranoias como «la envidia del pene», «el complejo de Electra» y delirios similares y plantearse cómo vive el ser humano, de verdad y en el terreno, la sensación de «es mío», que es algo esencial y que nos trae de cabeza. La falta de sentido común (de lo que en derecho se llama «razonabilidad», me parece) con que está analizada la propiedad y el «derecho de propiedad» entre nosotros es grande en proporción a la importancia que tiene -y, desde luego, malintencionadamente rápida, no vaya a ser que «ser propietario» deje de ser lo que siempre ha sido.
(3) No encuentro estudios sobre la territorialidad humana, sobre el sentir subjetivo de la propiedad. Nunca se habla de este tema, no se analiza, es una especie de «tema tabú». La propiedad de todo debería publicarse y ser notoria; los propietarios deberían dar la cara, y no estar ocultos tras sus sociedades.
(4) «El que comparte todo sin compartir nada» podría llamarse el ser humano occidental que comparte en Facebook haciendo click, que comparte estudios en silencio, que comparte sexo centrado en sí y analizando su propia satisfacción o su propia capacidad de generarla, que comparte empresa porque no hay otra, que comparte sueldo con separación de bienes, que comparte preocupación por causas humanitarias contribuyendo con el 0.625% de su salario (como yo sin ir más lejos), que invita a compartir un apartamento vacacional a una amiga pero que no quiere (¡Ni loca!) que la amiga use su ordenador (¡Qué dices!) ni siente que ella tenga que pagarle la comida (¡Si acaso, sería al revés!) ni la gasolina (¿Quieres que mueva el coche? ¡Pagas tú la gasolina!) lo cual le deja explícito. Que no da ni la hora. Que ni responde al WhatsApp. Que lo lleva claro. Yo por ejemplo estoy muy bien situada, y soy propietaria. Soy propietaria de 37 + 60 metros cuadrados de tierra española (¡Y que no me la toquen!) que es el 0’000000000191688% de España. Si todos los españoles poseyérais como yo, que sois 49.442.843, el porcentaje de España que poseeríamos, ¡propietarillos!, sería 4.796 kilómetros cuadrados de un total de 506.000 km cuadrados.
Bischofberger U (2025) ¿Privada o deprivada? (Collage de imágenes y tipos)
Texto curatorial. El marrón de la tierra, el azul de la Tierra y las letras.
En una bola de tierra (elemento vivo que es estudiado por la edafología), bola irregular del color más común para la tierra, la autora ha envuelto dos conceptos, uno representado con palabras (privada) y otro por una imagen (el planeta Tierra, cuya definición por excelencia es «planeta vida»).
- La palabra «privada» parece repetirse hasta el infinito junto a la Tierra, en modo autopregunta, porque esta bola de tierra está cuestionándose qué hacemos con ella. El recorte de las letras es tembloroso, como temblorosa y vacilante es la vida.
- La Tierra extiende, generosamente, el azul de su agua vivificadora por todos sitios.
- La bola de tierra es lo esencial, lo más inmediato, porque es el nexo entre nosotros, los que nos apropiamos del planeta y el planeta. Es esta tierra con minúscula, recortada irregularmente como una patata, la que nos alimenta: es ella, y es de todos y para todos. Por tanto, la palabra «privada» pierde pie, pierde el fondo marrón, se separa y es urgente cuestionar esa privacidad.
Por este cuestionamiento de la privacidad de la Tierra en que vivimos, de la tierra que nos alimenta, el título es una pregunta. Este statu quo de la Tierra que estamos votando que siga y siga en todo occidente, ¿no será, en el fondo, votar no por su privatización, sino por sumirla en un estado de deprivación? (jugando con las palabras).
La autora ha realizado este collage bajo el influjo del Máster de Derechos Fundamentales, los Derechos Humanos en el Siglo XXI de la UC3M, porque se está planteando la vinculación entre «ser sujeto de derechos» y «ser vivo», y está pensando en estudiar esto. (En latinoamérica no paran de trabajar por todos, ¡muchísimas gracias!)

Bischofberger U (2025) El Estado del arte
(Ahora me voy a la exposición Abelló 🙂

Este es un espacio de trabajo personal de un/a estudiante de la Universitat Oberta de Catalunya. Cualquier contenido publicado en este espacio es responsabilidad de su autor/a.