
Esta es la pregunta que se hace Walter Benjamin en su ensayo Experiencia y pobreza. Y a la respuesta se llega por intrincados vericuetos, porque nada más intrincado y laberíntico que intentar meter el dedo y escarbar en el propio aparato productivo. La respuesta es sencilla pero muy incómoda, y creo que por eso está formulada de forma tan oscura. Pero, con toda claridad, la respuesta es «de nada»: si la experiencia no nos conecta con el patrimonio cultural, el patrimonio cultural no nos sirve de nada.
Todo el patrimonio cultural que las universidades investigan, que las instituciones protegen. Todo el patrimonio cultural donde se evaden o invierten los capitales, con el que se tortura a los escolares y que da esa pátina de seriedad a todo aquello a lo que se aproxima. Eso que da nombre a las calles, llena los libros y es la nueva religión para tantos, eso no sirve, en realidad, de nada si no se puede conectar con la experiencia.
El mundo anda escindido, y la primera gran escisión no está dentro del sujeto, sino entre el sujeto y una cultura que ya no le ayuda ni le representa. ¿De qué sirve explayarse con una persona ciega sobre lo que es el color? ¿Cómo explicar lo que es el sexo a una persona asexual? ¿De verdad creéis que El Quijote y Hamlet se seguirán leyendo cuando de sobra sabéis que ya no se leen? ¿Habéis visto el aburrimiento supino con que se «transitan» la mayoría de los museos «que nos atraviesan»? ¿Sabéis cuánta gente está al día en lo que a teatro se refiere? ¿Sinceramente, han sobrevivido al paso del tiempo La montaña mágica, Madame Bovary o Lolita?
En buena parte, esto ocurre no sólo porque yo, pobre en experiencia, no tenga experiencia en sanatorios para tuberculosos, en adulterio o en incestos, sino porque o ya no existe nada de lo que en esos libros se cuenta o el modo en que miramos las cosas ha cambiado tanto que los desvirtúa completamente. Completamente. Como nunca antes. En un tiempo récord. En nuestro tiempo biográfico.
A todo esto, las claves para interpretar la experiencia se han ido por los sumideros. Más aún: el propio lenguaje que antes usábamos ha desaparecido. Como dice Benjamin en esa «tormenta de ideas» que es su texto, ya no hay quien nos cuente una historia y podemos agregar que ya ni siquiera uno mismo se cuenta a sí mismo su historia. Sin historias y sin lenguaje, el pobre de experiencia se desliza por encima de las cosas como una nubecilla, sin llegar a tocarlas y, como un torito, de momento responde al capote sin más. Pero su movimiento es orgánico, y evolucionará. Aprenderá -con la experiencia.
Sin embargo, la gran aportación de Benjamin no es lo que pregunta, sino la afirmación que la pregunta lleva implícita: lo decisivo del patrimonio cultural es su conexión con la experiencia, que es lo que proporciona el sentido fuera de la arbitrariedad. No tiene sentido la construcción cultural arbitraria, no tiene sentido forzar, la cultura tiene que conectarnos con nosotros mismos y con nuestra realidad. Patrimonio cultural no son las fiestas del pueblo, patrimonio cultural es tu día a día en el WhatsApp.
Si esta conexión no se produce, entonces lo que pierde su sentido no puede ser la experiencia humana, que es experiencia humana siempre, por roma que sea, por indecible que sea, por elemental y bárbara o errónea que sea: lo que pierde su sentido es esa cultura, y, por mucho que nos extrañe, las experiencias tendrán que repetirse para que la nueva cultura, ahora ya conectada a las nuevas condiciones productivas de la nueva Era, empiece a andar de nuevo y se reescriba de forma orgánica, sin imposiciones, sin arbitrariedades, renovando todo aquello viejo y caduco que constituía la antigua y querida cultura.
Bischofberger U (2025) Todo, menos lo arbitrario. (Collage)
Lo arbitrario es lo sinsentido, lo sin historia, lo no orgánico, lo que no crece solo, lo que se fuerza.
El «patrimonio cultural» que definen aquí Gemini y Bing se está forzando. Esa no es su definición. No sé por qué se trae a colación. El único verdadero patrimonio cultural que vincula y cohesiona es el mundo digital, el resto tiene la misma actualidad que una máscara yu de los guro.
Soy una estudiosa, preocupada por mi trabajo de toda la vida con niños y adolescentes, que hago estos estudios para recuperarme de todo el esfuerzo que he hecho y todo el sufrimiento que he visto. También porque, como estudié en Cuerpo y género, abordar la realidad desde cualquier parte ayuda a comprender y transformar el todo. Y la conclusión a la que voy llegando es que vale todo para reconstruir el mundo, todo menos lo arbitrario. Es lo que dice W. Benjamin, que fue una persona muy sólida e íntegra, y lo que dicen muchas otras personas… Es imprescindible que los niños y adolescentes aprendan lo que les resulte significativo y lo que tenga sentido, si no mejor no aprender. Y también llego a la conclusión de que el verdadero «patrimonio cultural de la humanidad» es el mundo digital, lo cual tiene consecuencias en mis estudios, claro. Y también que, como dice la IA en este último cartel, el sinsentido hay que evitarlo a toda costa, somos humanos humanos.