Amo mi Obra, y la pongo en mayúsculas para indicar que esta palabra es muy grande, y que el valor que le doy a la palabra es máximo. En la virtualidad, mi obra está siempre escrita con pinceles ajenos, que intento tratar con delicadeza. No es que esté vendida a ellos: es, solamente, que son su condición de posibilidad. Por eso los abro, los limpio, los reviso, los vigilo.
Mi obra está hecha con imágenes y palabras, en esto consiste su audiovisualidad. Por eso QUIERO cuidar al máximo las imágenes, por eso cuido mis palabras, por eso mi imagen de mí es la estrella. No soy yo la estrella: soy yo como obra. Un «Yo» que sé de sobra que no soy, una simulación de mí mía en tanto que elegida y sólo en tanto que elegida. Mía también en tanto familiar y repetida.
Amo mi obra y la cuido extremadamente. Tiene estándares que no conozco, que no controlo, que me vienen dados y que respeto. Le doy vueltas y vueltas, se puede decir que me sale sola y, a la vez, que resulta de un trabajo constante, que vuelve sobre sí mismo. Su mérito, si es que lo tiene, viene dado para los otros no sólo por esos estándares que, como mano invisible, están siempre dentro de mí, sino también por esa minuciosidad, percibida por los otros, que es la que sorprende y llama la atención.
No es por rapiña o por afán coleccionista por lo que produzco más y más obra. Es por necesidad. Porque mi Obra me expresa, me continúa, me desenvuelve, me amplía, me sorprende a mí misma y, una vez hecha, se convierte en objeto de mi amor. Pero no me hace falta guardarla, ni crearle seguros ni candados: con saber que existe y que está a buen recaudo tengo suficiente.
Mi obra tiene parte de contingencia, de casualidad alegre, parte de planificación y coherencia y parte de necesidad. Tiene una firma, que no tiene porqué ser yo misma ni mi presencia. Mi firma es su sello identificativo: su color, su formato en lo visual. Su estilo, su lenguaje en la palabra. A esto el mundo lo llama «marca» o «identidad de marca» o algo así. Para mí es firma y sello. No pueden superponerse, sonaría falso. No pueden imponerse, sería hacerse violencia a sí mismo. Nacen y se desenvuelven de forma natural, alimentados por el amor y el respeto. Y esta firma y sello tiene un AVAL, sin el cual tampoco existiría.
Soy creadora compulsiva de tags, palabras nuevas creadas por la unión de otras. Ideas compuestas en frases performativas como «mamá agua». Conjunciones insólitas que actúan como imanes. Guías de navegación, objetos llenos de valor de uso y de valor de cambio. Adoro los tags. Me chiflan los tags.
Los lienzos de mi obra también tienen firma. Ellos, y no yo, serán los responsables finales de su destino, me guste o no. Es lo que llaman, impropiamente, las «redes» en las que mi obra está inscrita. Y digo «impropiamente» porque en una red, los nodos son iguales, pero, en este caso, esta supuesta red es una especie de objeto fractal.
En otros tiempos hice otras obras, y las amaba igualmente. «Obra» significa «trabajo». ¿Quién produce «obra» sin «trabajo»? La obra, que es tu trabajo, el trabajo en el que te has involucrado, queda ahí siempre, siempre en «el común», siempre sin nombre, como parte de un objeto fractal que se reproduce y te reproduce.
Creo que, desde el punto de vista de la productividad y el uso, me autodesignaría como creadora de tags por encima de todo.
Profesores:
En mi caso, mi obra no está aquí… Mi obra de ahora es obra derivada. Mi obra estuvo en un lugar de sillas y mesas verdes, de niño pequeño, de adolescente buscándose a sí mismo en bucle y espiral, de juego y risas y libertad; un lugar sin convenciones, de ocurrencias y desatinos y de un plan: mirar juntos, y enseñar esas convenciones que, después, serán yugos… Enseñarlas sin violencia y con la organicidad que da el verdadero respeto. No el respeto de monja o de cura en el salón laico. Sólo sé que sé menos que nada, pero si de algo sé es de enseñar y de cómo se enseña. Tanto sé de enseñar como sé del lenguaje, mucho mayor es mi competencia que mi actuación (en términos de gramática generativa). No sé de nada, pero sí se HACER algo que es lo que siempre he hecho, que es la fábrica de mi sello y de mi marca, de mi impronta personal y virtual: sé enseñar con alegría, sé llegar, sé comunicar. Y, si soy algo, soy maestra por encima de todas las cosas y de todas las obras.
Y sí: sigo habitando ese lugar de juego y risas y libertad. Y mi obra sigue siendo un lugar de sillas y mesas verdes («pasen, peatones, pasen»). Un lugar sin convenciones, de ocurrencias y desatinos. Sin afán crematístico, sin afán propagandístico, sin afán místico (bueno, eso siempre un poco)… Sin afán afanado ni productivo ni capitalístico, vuelvo siempre al mismo plan. En plan, mi plan es sólo uno: mirar juntos.
Desplegados los niveles de significación, creo que el lugar donde mejor se sintetiza mi obra; su slogan; su forma de ser en el aquí y ahora; su quintaesencia y su sentido es el tag.