La biografía como Historia

Bischofberger U (2024) Borrador de diagrama sobre la biografía como Historia humana (Dibujo en A3 con lápices, rotuladores y ceras.)

Yo te quiero, pero la única «realidad radical» que conozco desde mi conciencia soy yo misma, decía más o menos Descartes; por otra parte, otra evidencia me dice que la Historia con mayúscula es una construcción y, una vez más, la única «realidad radical» que existe es la de los organismos, el tuyo, el mío, el suyo. Así que lo más inmediato que tenemos para conocernos ¿qué es? La biografía.

La biografía: esa pequeñez que soy yo mismo dentro de un rango de fechas tomado al azar. Hasta el presidente de «América» («América», palabra de continente con que se autodesignan) está metido con calzador en un rango de fechas caprichoso. Es un aburrimiento leer una biografía, porque en ella hay mil detalles irrelevantes para el conjunto; y, cuando la lees, piensas: «si son irrelevantes sus detalles, los míos, que tan esenciales me parecen, lo serán igual…». ¡Buena deducción!!! ¡Congratulations!!!!

Claro que soy irrelevante. Lo soy en términos absolutos y como «número absoluto» que creo ser. El tiempo hace irrelevantes a Juan, a Pablo, a María y también a Sócrates, a Einstein y a Mahoma. Como decía el muy irrelevante Julio Iglesias en un boceto de esa filosofía del common sense que son sus canciones de papillita, «las cosas quedan, las gentes se van»… Y, como diría un gallego, «¿E entón?»… Yo me iré, y quedarán los pájaros cantando, decía Juan Ramón Jiménez. Irnos, nos vamos todos. El ridículo, lo hacemos todos. Lo que queda, ¿qué queda? Queda «eso» que la contribución de todas y cada una de las biografías humanas, realidades únicas, ha contribuido a formar. «Eso» que no sabemos bien qué es: una construcción material (¡claro!), un mundo simbólico (¡también!), un recuerdo (que se desvanece a cada paso). La manzana y el gusano. La teoría de la relatividad y la bomba atómica. La penicilina ayer y la resistencia de los pollos a los antibióticos hoy. En términos absolutos, gloria y miseria humanas ambas en la misma mano y siempre.

Por lo tanto, mientras que para mí soy lo único que cuenta, para el conjunto mi papel es insignificante en su devenir en el tiempo y… se me ha ido la idea, cerebro que poco a poco te vas escacharrando, ¡Ah, sí! Esa contradicción entre mi papel (mi realidad única e insustituible) y el papel que desempeño (irrelevante en el conjunto) es la muerte de la que, como humano, huyo. En fin, en otras palabras: hay que asumir la primera limitación de todas, que es la propia limitación de cada cual por ser cada cual… cosa que, en general, asumimos, y con muchas ínfulas. El problema serio, importante y que lo descuadra todo es cuando quiero dar la receta del cómo y el porqué y el para qué de mi vida a ti, que te quiero; a vosotros, que os quiero. A mi familia.  A mi «cosa nostra» particular de cada cual.

El problema no es tu familia. No es la familia que es tu hijo en su habitación, o tu madre en el sofá del salón medio adormilada, tus primos, tu perro en la cesta, no. Tampoco la gran familia que son los compañeros de la oficina, ni los compis de los estudios, ni los profes, ni la gran familia que forman los comisarios de la comisión europea ni los chinos por todo lo que se parecen entre sí (o nos lo parece). Incluso me atrevería a decir que el problema no es la familia que son los Bonanno, Colombo, Gambino, Genovese y Lucchese. Tampoco los Wang, Li, Zhang, Liu, Chen.Tampoco los Dupont, Bernard, Martin, Durand, Lambert.

Tampoco los García, Rodríguez, González, Fernández, López. Tampoco los Re, Sandri, Farrell,  Kitbunchu y Mamberti. Tampoco los Mohammedes, Ramas, Gustavos, Felipes y Franciscos. Tampoco los Smith, Johnson, Williams, Brown, Jones ni los Abatino, Bianco, Bianchi, Degli,  Sposti. Entonces ¿cual es? ¡Dilo de una vez! Apasionado lector de mi ser: no seas impaciente, que somos muchos y hay muchas colas. El problema es el que te acabo de decir, el problema es la receta que doy al problema que son los siguientes (me refiero, los descendientes, pero digo «siguientes» para subrayar el aspecto de que están en el tiempo sucesivo).

El problema son los siguientes. Es la gran familia que queremos hacer con el futuro, el querer marcar un rumbo, esa obsesiva preocupación que nos asalta, cuando llegue el momento del «adiós», por el mundo que dejamos y por nuestro papel en él. Por si yo o mi apellido contribuimos o no en los siguientes que dejamos a que la gran familia humana llegara donde tenía que llegar, porque lo que está clarísimo es que hasta el último mono hace lo que hace porque cree que lo tiene que hacer.

Tengo mis fichas de papel desordenadas, pero haciendo una de ellas entendí la relevancia de la herencia de los bienes en el devenir humano. ¡Claro! ¡CLARO! ¡Ahora entiendo!! (me grité en un alarido silencioso en la cafetería de El Corte Inglés donde estudiaba entonces y al que robé un vaso precioso, por cierto, para celebrarlo y con perdón).  ¡¡¡Transmitir las cosas de padres a hijos hace que se perpetúe esa distribución errónea de las cosas!!! Bueno, respondo ahora a aquella tonta que fui. Se transmite el reparto de las cosas, y también su uso, su forma, su paisaje, su estructura, la idea que tenemos de ellas. Nos vamos y dejamos todo el tinglado que hemos hecho a los siguientes y, encima, queremos que el tinglado que dejamos, quede atado y bien atado, direccionado y bien direccionado en el sentido que queremos.

¡Nooooooooooo! Que no hace falta tanto, hermanos. Mirad: Gustavos, Smithes, Brownes, Lis, Gambinos… Os digo una cosa. A nosotras, vuestras madres desapellidadas, consortes que miran desde el rincón el festín peleante en que convertís la vida, no hay forma humana de complacernos. Por nuestra situación, insaciables; por nuestro punto de vista, más sagaces en el fondo… Y respecto a los hijos, respecto a esos «siguientes» que no sois vosotros, patriarquillos del presente, somos literalmente insoportablemente conmovidas por ellos, amantes abisales de ellos y, como la madre de los Cornelios, convencidas todas de que «ellos son nuestras joyas».  Patrimonio y matrimonio son los lugares en conflicto en el mundo, HAN, HanHan, Jajaja y cómo me río de ti.  Patrimonio y matrimonio son las claves aristotélicas del mundo (en cuanto que son conceptos relacionales, y no términos absolutos), patrimonio y matrimonio son, los dos, artificios en franca reconversión, y tú y yo,  ser humano, somos sólo apariencia y sustantivación engañosa, frágiles organismos, penecillos que se pochan pronto y tetillas que se caen, hermanos, calvitos del mundo uníos.

¡No os preocupéis, penecillos y tetillas unidos! A los siguientes les irá más bien mal, como a vosotros y como a todos, menudo tinglado les dejamos, pero, a la vez, vivirán, ¡estarán vivos! como vosotros ahora, como nosotras ahora, como todos y todas mientras vosotros y nosotras estemos criando malvas bajo el suelo. ¡Estarán vivos! Y nosotros muertos. Así que, Duponts, Bernards, Martins, Durands, Lamberts.  Garcías, Rodrígueces, Gonzáleces, Fernándeces, Lópeces, Res, Sandris, Farrelles,  Kitbunchus, Mambertis,  Mohammedes, Ramas, Gustavos, Felipes, Leonoras, Franciscos, Smithes, Johnsons, Williams, Browns, Jones, Bonannos, Colombos, Gambinos, Genoveses, Luccheses, Wangs, Lis, Zhangs, Lius, Chens, chiquitos de todas las calzadas, cuidadín, cuidadín.

La biografía es la realidad inmediata, el apellido una construcción social, el presente lo único que existe («presente» como «tiempo abarcable por mi humana limitación»), el futuro no está escrito y la sobreprotección a «los siguientes» tiene un correlato institucional, el hacer política para diseñar un «presente para el futuro» que nuestra propia historia humana, encarnada en esos pringosos apellidos que somos todos, ha invalidado en cierto modo. Conclusión: los siguientes ya se las apañarán.

Soy la tonta que fui, y la lista que soy será la tonta que fui otra vez, y la Historia humana con mayúscula es el lugar donde quiero participar, pero mi historia, mi historieta es mi único lugar garantizado, y se lo digo al tonto de HAN. Os quiero, pero vuestras historias también serán historietas. Igual que son historietas que pasarán a la Historia sin escritor ese amanecer que no miré y que no se repetirá, esa especie que se extingue o la primera palabra de ese niño. Y vosotros, apelliditos de mi mundo,  sois y habéis sido mi historieta. Y nosotras, el pueblo mirado por encima del hombro; esas a los que HAN desprecia; esos a los que Walter Benjamin llamaba «masas»; los anónimos mixtos que somos todos (que, en el fondo, son también esas marcas devenidas en sujetos transgeneracionales, esa CocaCola que está de capa caída en el anuncio la pobre); la gente del metro de Madrid que soy y yo… todos nosotros, digo,  hemos comprendido muy, muy bien todas las lecciones y esta lección: la de que la Historia es una historieta.

Ah. Y si mi nombre está por los suelos y se pisa, tranquilo, nombre, yo también te piso. A mí plin. Para eso sirve el suelo, el pobre suelo que es la casita de mí como ceniza del futuro, suelo que siempre estás ahí y eres Naturaleza, y naturaleza es casa siempre, si no la cuidas eres un cabrón que, sin perdón, así te llamas.

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