
El varón púber, el casi adolescente, el adolescente que se estrena, el «mayor de los menores» es visto por el adocenado [el adocenado que no es nadie del que hablé en mis «apuntes sobre personalidad fascista»] de un modo peculiar: deformado, de manera que merece ser tratado con el más profundo respeto, como si de él se desprendiera la máxima honorabilidad o un halo casi sagrado. Sus deseos puede que sean órdenes. Su cuerpo de varón es perfecto aún, tiene toda la delicadeza de lo nuevo y toda la fuerza de la virilidad en ciernes; su mente es la que impera como fuerza natural, y ganársela es hacerse acreedor de un mérito incomparable.
Bischofberger U (2025) El futuro ya tiene propietario (Arte digital)
Antes, el púber emergía de un niño que había sido pisoteado, incomprendido, superviviente casual, en el que no se cifraban esperanzas en infancias siempre al borde de las habitaciones de la muerte… Ahora no. Pero llegada la pubertad, el mayor de los menores en nuestra cultura tiene una situación extraña. Tiene ya hecho el accesit al poder, por el mero hecho de «ser», y su esplendor ilumina a los mayores, a los más mayores de entre los mayores, a todos. «Hay esperanza», se dicen, «de que se perpetúe la raza». Donde se lee «raza» léase raza, sí, y léase también «civilización» o «cultura». «Se parece», se dicen, «se parece a nosotros»; donde se dice «se parece» léase «nos parecemos a él». Es el recuerdo prístino de lo que fue el cuerpo sin gravedad ni ataduras, de lo que fue la mente sin condicionantes ni historia. «Soy yo en él», se dicen. Y se aman cuando, como adocenados que son, habían dejado de amarse a sí mismos.
El mayor de los menores requiere la atención de todos, es el objeto principal de la mirada, es la promesa y la apuesta, es el ego colectivo materializado en un «recién niño». Es un enorme y pesado psiquismo dentro de un cuerpo ya fuerte y flexible -pero peligrosamente inexperto e inexplorado. El cazador recolector le enseña a recolectar y a cazar. El antiguo griego se lo lleva al baño y le habla, y materializa en él todas sus fantasías sin dejar ninguna en el tintero. El medieval le enseña los secretos del convento, y el moderno lo embarca con él para que conquiste mundo con toda la crueldad de su inexperiencia.
Pero el varón del siglo XXI no enseña al menor de los menores: el menor de los menores deviene maestro de los varones mayores. Sumidos en Profunda Admiración, se postran ante él y se dejan enseñar, mientras silencian todo lo demás. Silencian que ellos mismos un día «fueron», silencian cómo han sido vejados por la gravedad y cómo las ataduras les impiden el vuelo y les despellejan las muñecas. Silencian el peso de las cosas y los hechos poco heroicos de historias condenadas al olvido, y se hacen eco de él, «el sincondicionantes y el sincurvaturas», para olvidarse mejor de sí mismos.
Bischofberger U (2025) El sincurvaturas (Arte digital)
¡Callémonos! ¡Sólo el mayor de los menores tiene la palabra! En cualquier comparativa, pierden. Más aún: los mayores lo siguen sacrificando todo aún cuando ya ha pasado ese tiempo biológico del sacrificio que es la infancia. Terminan de inmolarse a sí mismos, se niegan una vez más igual que son negados fuera. Se dejan corregir en todas las minucias. Hacen como que llevan la batuta, pueden gritar, pueden marcar territorio: pero saben que no tienen nada, que «son» menos, que llevan las de perder. Finalmente, le sirven.
Bischofberger U (2025) Joven y aún amamantado (Collage)
El mayor de los menores se percibe a sí mismo del siguiente modo. Sin iguales en casa, lugar donde se dirime decisivamente su ser; su régimen político, monárquico o dictatorial; su voluntad, la ley; el mañana, suyo; su medio, gira en derredor; su belleza no está en juego y es intemporal; él, el centro. El futuro le espera. -Y si algo se desencaja, no habrá duda: el error estará fuera, siempre fuera, absolutamente siempre. Porque su identidad ya se ha jugado de una vez por todas y, de una vez por todas, lo único que importa en las luchas que afronte será ella, su identidad, y no el motivo de la lucha, que es sólo un detalle, «ese detalle sin importancia» en comparación con el gran evento que es «él». Y, pase lo que pase, incluso cuando entre en la tropa de los adocenados, se situará allí donde haya algo que sea sustancial y que tenga lo que «es» él, es decir, la gran potencia, el poder.
Bischofberger U (2025) Lo decisivo para decidir el futuro (arte digital con Paint)
Nota: éste es el texto que responde a una necesidad señalada aquí: la carencia de estudios serios (no psicologizantes) sobre la personalidad fascista y su historia, que explica el segundo apartado. La presente entrada no es psicologizante en el sentido de que las explicaciones que despliega no son tautológicas, es decir, no explica la psicología con un rasgo fijo definido por la propia psicología, como hacía la escala F de Adorno: aquí hablamos de la historia de una persona que se ha ido creando como consecuencia de algo, de una situación.
Todo lo descrito aquí consiste en ir absolutamente contra natura, porque no hay crianza que se produzca sin fricción entre iguales, sin un terreno salvaje alrededor, sin errores y correcciones, sin algo que es tan imprescindible en la génesis del sujeto como la libre competencia en nuestra sociedad. Me estoy refiriendo a la ausencia de hermanos y familia extensa, a la saturación de almohadillados, a la soledad, al sobre-seguro alrededor, a la falta de peso de los mayores y a su negarse a sí mismos la palabra, al cálculo preestablecido de opciones y caminos -a la realidad prefabricada en que se ha convertido la vida vaciada de sí misma, la infancia puramente propedéutica, la infancia como proceso preparatorio de adiestramiento en capacidades y sumisiones, la vida despojada de aventura, la vida despojada de pugilatos, la vida despojada de alegría, la vida despojada de vida que es la caja prefabricada que hacemos que contenga al niño.
Bischofberger U (2025) El futuro (Fragmento del collage «Lugares de nebulosa fascista tres: el mayor de los menores»)