
La pobreza sospechosa. La pobreza es sospechosa de algo. La enfermedad es sospechosa de desgracia. La desgracia es sospechosa de enfermedad. La desgracia y la enfermedad son sospechosas de torpeza y de mal hacer. El mal hacer es sospechoso de mala intención, de ocultamientos, de tener reveses. La pena es sospechosa de descontento, el descontento que proviene de un juicio negativo. El juicio negativo, con frecuencia, va unido al displacer. Todo esto forma una bola, un engrudo de difícil digestión hasta para el propio enfermo, para el propio desgraciado, para el propio torpe, para el propio que hace mal. Esta amalgama no es que no se venda «en el capitalismo» o «en el capitalismo avanzado»: es que no se vende en la propia naturaleza, la propia naturaleza la evita, no la compra, la rechaza, la escupe como algo que va contra ella misma. Ella misma que pensando poco es, ante todo, supervivencia propia.
Falta la descronificación de la sospecha y sobra Darwin.
El pensamiento salva. Sólo la memoria del ser humano salva de todo lo anterior; la memoria y lo más genuinamente humano, que es el pensamiento. Sólo el pensamiento dilucida lo que, de todo lo anterior, es salvable de aquello a lo que hay que renunciar. Lo salvable se aprueba, se integra, se (por decirlo de algún modo) «perdona» y ayuda. La barrera respecto a lo insalvable varía de unas personas a otras, de unas culturas a otras, de unas naciones a otras, de unas especies animales a otras… El elefante, sabio, perdona. Las nutrias no sé si se perdonarán ni si se ayudarán en la desgracia. Al chimpancé agresivo no se le perdona, pero por otro motivo: porque el coste, a nivel social, de su violencia es demasiado elevado como para tolerarla.
Me parece que sigue faltando pensamiento propio en la educación de la juventud.
¿Por qué las sospechas y rechazos? Porque lo que va solo (el polluelo que avanza sin problemas, la comida que nutre sin problemas, el organismo que no presenta anomalías, las dinámicas triunfantes) no llevan aparejadas consigo preguntas. Sin embargo, la desgracia, la enfermedad, el descontento no sólo traen preguntas: traen preguntas (¿Por qué será?) por una razón. La razón es que cada uno de estos hechos discordantes tiene que ser considerado uno a uno, de forma particular, mirando detenidamente su historia, qué ha pasado antes; porque sólo su historia da razón no sólo de lo que ocurre ahora, sino también de qué es lo que ocurre, y por eso además de su posible evolución, de lo que se puede esperar.
Falta educación en cuestionarnos las cosas.
Imprevisibilidad de lo que va mal. Porque la enfermedad es sospechosa e imprevisible. La desgracia es sospechosa e imprevisible. El mal hacer es múltiple e imprevisible también, mientras el hacer correctamente suele ser algo unívocamente determinado (o, al menos, mucho más previsible). El propio displacer, en la medida en que nunca es buscado, también es imprevisible. Toda la amalgama que llamamos «mal» pertenece, en gran medida, al reino de la imprevisibilidad… como la propia torpeza, que se caracteriza por eso mismo, por su ceguera, por su andar a ciegas.
La colocación de esa barrera (a la que llamo «barrera» para subrayar que no es la desigualdad lo más relevante en la división, a la que podríamos llamar también fractura, escisión, llaga, brecha, sima, pero no desnivel ni exclusión ni dentro/fuera ni arriba/abajo) es lo que decide qué se va a hacer y con quiénes, quién se va a salvar, qué recursos se van a poner en juego etcétera etcétera.
Falta en el ser humano su autopercepción como vulnerable, y la percepción del mundo como lo imprevisible que sigue siendo, seguirá siendo y siempre será.
Dónde colocar la barrera respecto a lo insalvable
Podemos dibujar dos personas en dos posiciones extremas respecto a dónde colocan la barrera de lo que piensan o no piensan salvar (que es, a la vez, el lugar al que llega su pensamiento). En un extremo, se colocaría justo en el filo. Soy, podemos decir, un elefante. Me comporto así:
- No doy por supuesto el fondo de ninguna apariencia, de ninguna, ni siquiera del mal hacer
- No doy por supuesta ninguna causa de casi nada de lo que le pasa al de enfrente, aunque barajo muchas hipótesis.
- No considero el estatus (dónde está en este momento la persona, dónde le ha llevado su hacer) como objeto de juicio: me limito a juzgar sus acciones observables, lo que veo de ella.
- No pienso que pobreza, enfermedad, desgracia, mal hacer ni experiencias de displacer asociadas a tal o cual persona sean decisivas para valorarla, son pura contingencia.
- Como decía Edgar Allan Poe (más o menos: lo único que en el lecho de muerte se recuerda como imperdonable es aquello que va contra la caridad) considero imperdonables, en los demás, los hechos que de forma consciente y propositiva van contra el amor a los demás, contra lo básico en cuanto a ser social que soy.
- No creo en el Bien como algo ajeno a la historia y a las cosas, de manera que tampoco creo en el Mal. Para nada creo en el mal como sustancia, como origen.
- Juzgo el mal comportamiento grave y me aparto de él, no a la persona. En el fondo, creo, cojo claves de la historia de cada cual, las entiendo y las disculpo a todas, prácticamente a todas, aunque me aparte.
En el otro extremo, coloco la barrera muy cerca, dentro de mí misma incluso, obviando la realidad de que, en cualquier momento, me puede alcanzar «el otro lado». [No encuentro ejemplos para esto, creo que sólo un ser humano puede obrar a partir de percepciones tan fantasmales.]
- Me guio por la apariencia del lugar que ocupa cada cual sin más consideraciones.
- Doy por supuesto que todos estos aspectos se interrelacionan y son causa unos de otros.
- Considero el propio estatus como objeto de juicio.
- Considero que pobreza, enfermedad, desgracia, mal hacer y experiencias de displacer asociadas a tal o cual persona son su esencia.
- Considero imperdonable todo lo anterior, pobreza, enfermedad, desgracia, mal hacer, experiencias de displacer.
- Creo en el Bien en la medida en que creo en el mal como origen de todo lo anterior.
- Juzgo y aparto a las personas. No miro la historia, no entiendo y no disculpo. El mal queda fuera, y sólo es candidato a una cosa: su eliminación.
Faltan psicología genética y estudio del desarrollo moral en filosofía. Falta recoger datos sobre la vida entera de muchas, muchísimas personas. Faltan, en los bigdata, todos los porqués, y esta es una realidad dramática. No creo que en filosofía haga falta tanto la eliminación de dualidades como la integración de dualidades varias.
La barrera cercana como causa del «Mal». Esta última crea la escisión, la histeria, la desintegración, la huida, la negación que causa el otro mal, el mal genuinamente humano que no viene de las cosas, sino del propio ser humano como agente de ella y origina la crueldad, el rechazo, la mentira, la persecución del otro, el miedo a ser alcanzado por la desgracia, el afán ilimitado de seguridad y, en definitiva, la gran maldad, la maldad estructural que se convierte en perpetuadora del mal. Falta muchísima ciencia psicológica en los libros de ética.
La nebulosa fascista que arrincona brutalmente lo indeseable. Por eso y en conclusión, la primera gran reconciliación que se debe producir (o que hay que promover paralelamente) para que la nebulosa fascista que trata de arrinconar brutalmente lo que considera indeseable no progrese es la reconciliación de uno mismo consigo mismo. Porque lo fácil es despachar a las personas igual que, muchas veces, despachamos a las cosas: con un solo gesto, a la basura. Pero no… cada vez, me aproximo más al concepto de lo «orgánico» que tanto despreciaba antes: orgánico es dejar que la lenta evolución, sin impaciencia, progrese. Falta mucha biología metafórica en los libros de historia.
Respeto a la realidad. Nada más propicio a la creación de nebulosa fascista que el juicio radical y la precipitación en la condena. En cambio, el juicio provisional o condicionado a seguir viendo (las acciones pequeñas, moderadas y discretas) es la forma orgánica de actuar: respetuosa de lo demás y, en el fondo, democrática y justa con eso siempre en proceso que es la vida. Y por eso nosotros, las gentes de abajo que conservamos la lucidez, aún desde la torpeza que nos da la falta de visibilidad y desde todas las limitaciones mencionadas, acabamos comprendiendo y tanteando la realidad mejor que cualquier otro colectivo: porque del mismo modo que la realidad se nos impone, el respeto a ella y a sus reglas de enfermedad y muerte también se nos impone como continuación de las otras limitaciones en las que vivimos. Faltan todas las ciencias en el Derecho, y falta el Derecho en todas las ciencias.
La llegada (justo la llegada) de las malas condiciones económicas. Y respecto a la realidad humana, considerándola sin más y teniendo en cuenta el punto de partida de todo, últimamente a mí me parece que falta confianza en todas las realidades que miras, mires donde mires. Por lo menos, desde mi punto de vista -o, mejor aún: desde mi persona. En general, cuando el colectivo humano no hace pie, el riesgo de que se desencadene todo lo peor de lo anterior es enorme. Por eso, el momento más arriesgado no es estrictamente el de las condiciones económicas malas, sino el momento en que se produce la llegada de esas malas condiciones. Porque justo cuando todo se tambalea y se mueve el sustrato económico, dejamos de ser quienes somos y nos precipitamos a intentar situarnos -como sea, al precio que sea.