
Bischofberger U (2025) Diagrama: lenguajes y cosas (Dibujo modificado digitalmente)
Parte superior, amarilla, lenguajes; parte inferior, azul, cosas. He representado en la parte superior algunos lenguajes, el único con conexión directa con las cosas es la música. Las cosas están representadas en azul en la parte inferior, con líneas irregulares. La interacción entre lenguajes y cosas son las rayas verticales. El lenguaje funciona como acceso y como criba, ambas cosas a la vez. Las áreas verdes son las áreas que alcanzamos a ver en las cosas. El koan, desde el lenguaje, rompe con el lenguaje y nos da acceso directo a las cosas. La cara representa a la humanidad y su mirada incisiva. Creo que tanto el propio lenguaje como el dibujo, como las actuaciones, todo son construcciones encaminadas a interactuar con las cosas.
Sobre la naturaleza del lenguaje. El lenguaje es esa gran criba que hace que se nos escape lo esencial, como dicen los koan del budismo zen. El lenguaje es ese gran objeto técnico. (¿Han sido declaradas las lenguas en peligro de extinción patrimonio inmaterial de la humanidad?). El lenguaje es música en el fondo, como se aprende cuando se triangula, como me está pasando a mí ahora.
Voluntad de afirmación. Si mi voluntad no es afirmarme, sino que no me nieguen, por una de esas jugarretas que nos hace el lenguaje, ambos conceptos (la no voluntad de afirmarme y la voluntad de que no me nieguen) se pueden confundir en él y, en consecuencia, se confunden en la realidad.
El lenguaje como música. El lenguaje es una música que, en lugar de acercarte a ti, te acerca a las cosas y a los demás que están en esa misma empresa que tú, la empresa de buscar las cosas, que empieza de forma individual con el primer movimiento y de forma colectiva con la primera palabra. Las edades en las que se producen hechos clave en el desarrollo humano, los hitos del desarrollo, tienen que ser referentes importantes para nosotros como especie: la primera palabra, la primera vez que te reconoces en el espejo, el primer garabato con nombre.
Primeras producciones de la Prehistoria. No tenemos «garabatos con nombre» prehistóricos, pero lo que sí que tenemos, desde hace muy poco, es la evidencia de dos cosas: el uso de grafismos (puntos) para registrar acontecimientos (no sólo cantidades), y el uso de símbolos. Aquí se explica todo, desde la universidad de Durham, y desde este excelente blog sobre arqueología.
La percepción animal de lo «sagrado en lo profano». Una vez, en Cartagena, mi perro y yo nos encontramos de improviso en un recodo con una oveja que estaba dando a luz. Llegamos de pronto, ella estaba apartada del rebaño, no se movió Mi perro la respetó. ¿Quién ha dicho que los otros animales no tengan las mismas experiencias que nosotros cuando se enfrentan a lo verdaderamente importante? Está demostrado, desde hace tiempo, el comportamiento peculiar de los primates superiores cuando son sorprendidos por el espectáculo sobrecogedoramente fascinante que es una catarata… Los etólogos tendrían que empezar a hablar más claro, mucho más claro. Podemos reconocer a los animales y comérnoslos a la vez, eso ya pasó antes de los tiempos de la antigua Grecia.
El dibujo como aproximación a las cosas. El dibujo, como el lenguaje, parece no haber nacido como «expresión hueca» de uno mismo, ni siquiera como ritual mágico que genera estados de conciencia alternativos, sino como una forma de acercarnos a las cosas. Personalmente, estoy segura de que el dibujo ha nacido como lenguaje, como una forma más de acercarnos a las cosas. Según esto, el dibujo es más actuación sobre las cosas que expresión de sí mismo, convicción que está respaldada por el hecho de que estos primitivos dibujos (los puntos, las «Y» mencionadas) sean más registro que otra cosa.
El dibujo como reconocimiento y el reconocimiento de sí. El dibujo como lenguaje es un ponerle el espejo a las cosas para decirles: «te reconozco, cosa», del mismo modo que, a los dieciocho meses más o menos, nos reconocemos a nosotros mismos cuando nos miramos al espejo. Como la prueba del espejo (manchar a un animal, ponerle un espejo delante y ver si se quita la mancha en él mismo) no funciona bien, porque sólo se refiere al reconocimiento visual de la imagen propia, pensamos que pocos animales se reconocen; pero si extrapolamos a reconocimiento olfativo del olor propio, por ejemplo, estamos seguros de que muchísimos animales se reconocen a sí mismos.
El reconocimiento y el conocimiento del espejo. Claro que, para que haya reconocimiento, tiene que haber conocimiento de lo que es un espejo. Este conocimiento, en el caso del espejo, se produce muy rápido, porque es fácil darse cuenta de que el espejo hace todo lo que tú haces. Pero ¿y si el espejo en el que te reflejas no es tan sencillo? ¿Y si te estás buscando en el propio lenguaje? ¿Y si te estás buscando en los otros que te miran? ¿Y si te estás buscando en un buscador web? ¿No es, precisamente, la información en espejo que recibes la que te informa sobre la naturaleza de ese espejo? O sea, ¿no es verdad que, cuando te miras, buscas conocer cómo son tus espejos por cómo reaccionan a ti, por la peculiaridad de la deformación que te producen?
La actuación como lenguaje. Del mismo modo que el lenguaje actúa, la actuación habla. Por todo lo anterior, cuando «dibujo» una actuación, no la dibujo para expresarme, sino para conocer cómo son las cosas, a modo de lenguaje. También puedo querer expresarme con mi actuación. Por eso, mi actuación, en cuanto lenguaje, puede ser malinterpretada (de hecho, la malinterpretación es lo más habitual en cuando el contexto es un poco complicado); por eso, sobreactuar implica tener una experiencia de las cosas mucho más intensa que si te deslizas levemente sobre ellas haciendo sólo lo que se suele hacer; por eso, la sobreactuación es transgresora y hace que los otros se incomoden.
La sobreactuación como selfie antagonista. Pero hay un caso en que esta sobreactuación es vital para los sujetos: cuando estamos inmersos en una relación de poder en el lado del oprimido. La sobreactuación de los oprimidos es la performance a través de la que no es que nos estemos afirmando, sino que nos estamos negando a que se nos niegue. Una vez más, no somos protagonistas, sino antagonistas.
La sobreactuación como recurso. El gran selfie en que se ha convertido occidente, con el Rey de Occidente a la cabeza, no está protagonizado por él: es un gran selfie antagónico, casi agónico; el gran selfie que quiere decirse a sí mismo «yo me muevo» cuando, en realidad, estamos metidos en un engranaje descomunal que es el que se mueve; en un espectáculo al que asistimos pasmados; en una dinámica en la que la opción de la sobreactuación es una de las pocas que está ahí.
Hoy he soñado con un león, estaba escondido en un matorral y yo lo sabía y, al pasar yo con otra persona, se despertó, no nos alcanzó.