
Todavía existen, en este mundo en que vivimos, lugares para el encuentro con uno mismo. Esos lugares tienen nombre y apellido: se llaman arte y conocimiento. Esos lugares te arrancan de aquí, de la tierra que pisas, y te llevan a esa misma tierra que pisas, pero ahora la ves, la hueles, la tocas.
Este fue el principio de todo, con las cartulinas y todo yendo al centro.
Eso me ha pasado con mi primera performance. No solamente me ha sacado de un estado de ánimo bajo que tenía desde hacía unas semanas: ha hecho que vibren en mí notas que se pueden llamar religiosas. Una concentración llena de amor hacia un solo objeto de conocimiento. Sensación de estar viva.
Además, me ha permitido generar, crear, hacer aquello que, cuando terminas y miras a tu alrededor, puedes afirmar que no existiría sin ti. Esa experiencia derivada de la acción, ese objeto, foto, dibujo derivado de la acción. La narrativa de lo que te ha ocurrido y, de pronto, adueñarte de tu acción, de lo que te ocurre, buscándole unos cauces muy alejados de la rutina con la que miras el mundo. Se llama arte de la acción y creo que hoy he entendido a qué se refiere ese nombre.
Algo tan circunscrito como esa acción que he emprendido, sustituir una mano mía por una mano de ese otro ser tan próximo a mí (y al que querría, sin duda, si lo tuviera en mi casa como mascota, como se hace en Estados Unidos con los cerdos) me ha conmovido mucho. Y la idea que ha volado sobre ella me ha tocado también, esa revisión del saludo fascista que he querido nombrar, esa luz verde, marrón, rosa que le he dado.
Y terminé rehaciéndome. Sin darme cuenta, sin saber cómo, me rehice.
Quiero ser buena. Ser bueno es una vocación como otra cualquiera. Quiero ser excelente. La vocación de la excelencia está ahí, tan potente que toma la palabra, y empezará a tomarla más y más en cuanto se despejen tantos fantasmas que arrastramos del siglo XX. Que la vocación de excelencia hable. Quiero vivir, entender lo que me rodea. Rechazo la destrucción y la muerte.
La pata de cerdo que estaba muerta en el mercado ha resucitado para mí, y gracias a ella nacen inquietudes donde antes había silencio sin certezas ni preguntas. Sé que no existe «el mal» como tal, y voy a intentar averiguar que hay detrás de esa Psicología de las Masas que leí en Erich Fromm en 1976, en El miedo a la Libertad, hace muchísimos años, ahora se sabrá muchísimo.
Se puede distinguir claramente del arte dramático, porque en el arte dramático simulas y comparas, mientras que aquí buscas esos lugares reales del mundo real que, sencillamente, no ves, y se te hacen manifiestos.
Creo que ha sido mi primera plana de Performance. Es una experiencia muy completa y enriquecedora, la recomiendo para cuando estés decaído o desorientado. Haz como hemos hecho aquí: busca una y recréala, si vives en la ciudad te será fácil. Concéntrate en ella, deja que se ajuste a tu realidad y después cuéntala. Con ella, habrás cambiado tú también. Es más que una representación, es más que arte dramático: es un rito iniciático a un recodo del mundo inexplorado que, de pronto, se te abre. El mío ha sido la patita de un cerdo. Aquí te la dejo en mi manga, de pronto habiéndole yo dado voz, hablándome, jugando pero sin jugar, justo accediendo a la falta de esos límites nítidos que son mentira, necesarios para vivir pero mentira, saltando al otro lado.
Si vives en uno de esos rincones escondidos donde no llega la ciudad, crea una performance. No lo dudes. Es una forma de salir de tu piel y vestirte con otra piel no jugando, de verdad. Otra piel en la que nunca hubieras soñado que te ibas a meter. Lo bueno es actuarlas.
Nota: cuando me las haya estudiado bien, pondré aquí enlaces de las que me gusten. Pero fíjate que recrear una performance no es copiarla cosa por cosa, sino intentar hacerla y ajustarla a la realidad. Mira, de esta performance partí, y a otra cosa muy distinta he llegado, siempre siguiendo su camino.