Expropiación

Agradezco mucho los comentarios. De hecho, me ha impactado tanto tu comentario que he dedicado casi otra entrada a comentar tu comentario. Me he dado cuenta de que, en realidad, parto de supuestos muy personales y sin contrastar, argumento a saltos y, en fin, no pongo fácil la lectura… pero bueno: como estos textos no sirven para estudiar, sino para… no sé… ¿para qué sirven…? Tendré que hacer una entrada para averiguarlo. 

Resumen, respuesta y justificación.
Este texto desarrolla diferentes ideas, que he subrayado en color en el diagrama.

Línea verde. Por una parte, establece la expropiación (1) (la pérdida o el robo; ex- privo, quitar algo a alguien; la privación de la titularidad de los bienes de la vida) como algo que es el día a día de la humanidad, por razones tanto naturales (el tiempo nos priva de salud, de vida) como sociales (la organización social se basa, desde el neolítico, en la expropiación de la riqueza). Esta expropiación va en aumento a lo largo de la historia y llega a su cumbre a raíz de la aparición del capitalismo. 
Línea amarilla. Establece que las visiones del mundo previas se demuestran insuficientes en la Era Digital. Se parte de la base de que, cuando hay un cambio de interpretación de la realidad, lo que era antes irrelevante puede volverse relevante.
Línea rosa.  Se subraya la posible conexión de cosas en apariencia no relacionadas por considerarse irrelevantes, en particular la relación de lo que uno ingiere con el estado o comportamiento no sólo a nivel individual sino también a nivel grupal. 

Lo que argumenta es que, una vez que se contrasta que las visiones previas del mundo son insostenibles, el hilo conductor que queda, de todo, es la mencionada expropiación, y que ésta toma cuerpo no sólo en las formas que se consideraban en tiempos pasados sino, en la medida en que la apropiación se hace cada vez más profunda, también como expropiación que uno mismo hace de sí mismo.

El texto no es, en absoluto, apocalíptico. Hace una descripción de algunos episodios horribles en la Historia de la humanidad, pero indica, también, salidas: fijarse en lo aparentemente irrelevante, hacer hipótesis, desprenderse sin complejos de teorías caducas. Se lee con facilidad, a pesar de que, evidentemente, tendría que haber contrastado datos y explicitado conexiones si lo que hubiera querido hubiera sido «sentar cátedra» o «pontificar», como dicen, pontificando, mis críticos. 

Estoy muy orgullosa de parecer incongruente. Los sueños más sugerentes suelen serlo. Ahora que estoy intentando aprender inglés, detesto con toda mi alma sus armazones lógicos, su congruencia, su apisonada manera de argumentar. ¡Eso sí es pontificar, y no hablar de lo que pienso, hacer esos desayunos que me involucran con el mundo, que me recuerdan, a cada momento, cuánto lo quiero y cuánto lo he querido! No tengo sentido del ridículo, y esta es una cualidad que cualquier artista que se precie debería envidiar.

Respecto a los canales de cocina, la Escuela de Hostelería no tenía que ver con «canales de cocina». En ella, se nos explicaba el porqué de las preparaciones. Este conocimiento, conjugado con lo que me ha ayudado Uma Naidoo a comer lo que necesito y excluir lo que me perjudica, ha sido esencial, lo que querido compartir y lo he puesto como ejemplo (pedestre, pero eficaz) de cómo el estudio y el conocimiento son la gran salida y la gran esperanza. 

 

Bischofberger U (2025) Mapa conceptual de mi entrada «Expropiación» 

Éste es el texto cuya incongruencia es sólo aparente. 

En el corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, libro que tengo a medias, hay una imagen que se ha clavado en el mío: un negro sentado en el suelo, apoyado en un árbol, moribundo, famélico, enfermo de muerte; cerca, las vías del tren que está construyendo, junto con muchos otros, en África. Esa imagen me golpea y emerge, para tratar de explicar lo que me asalta hoy…

Y lo que me asalta es la caducidad de los siglos XIX y XX en los que se está sustentando nuestro mundo y también, por desgracia, sus aparatos teóricos. ¡Pobres de los que brillan! Son ellos los responsables, en buena parte, de las trayectorias fallidas, de los desmanes, del horror en el que nos situamos los que querríamos redireccionar y no podemos. Freud y Marx, el tandem de los supuestos «desveladores del sentido», se está resquebrajando como techo de occidente, hace crack como el tejado de un local sometido a vibraciones de sonido invisibles pero desestabilizadoras, que finalmente lo rompen.

Porque atruena el sonido de Internet en el siglo XXI, se rompe ese techo y muchos otros, pero no podemos (no queremos) quedarnos con los escombros. Hay que reivindicar «la tontería» para recobrar el sentido. La tontería: por ejemplo, Francis Bacon bajándose de su carruaje, imagen que me ha quedado de un libro de Historia de la ciencia, para coger un trozo de carne congelada y ver que se conserva sin descomponerse. La tontería: el descubrimiento de la penicilina por pura casualidad. La tontería: aquello totalmente irrelevante en lo que, sin embargo, está la clave.

Últimamente, he tenido vértigos: me levantaba con John Lennon y Blues around my head, en mi caso con todo el mundo dando vueltas alrededor mío. La doctora me quería medicar, yo no quise porque sé que el vértigo remite solo; sencillamente, miré en Internet los alimentos relacionados y me quité casi del todo la cafeína y el plátano. Pero no me daba cuenta de que es que he estado durmiendo sin almohada, con la cabeza salíendose un poco del margen superior de la cama… creo que esa tontería ha tenido que ver con la sensación de mareo por las mañanas. Puede que sí, puede que no, pero ahí está la posibilidad.

Qué hemos hecho en los últimos cuatro siglos. Cuatro siglos no son nada en «el tiempo de la humanidad», son relativamente poco, pero cuánto daño hemos hecho a todo. No sé Historia, pero me parece que la escena descrita por Conrad es el corazón no ya de las tinieblas, sino de toda la Historia occidental reciente. Historia de algo que se ha extendido viralmente también a oriente. Historia de esa manida palabra que habría que centrifugar y reconvertir para que recobrara su efectividad; Historia que, en vez de llamarse Historia del Capitalismo debería llamarse Historia de la Expropiación.

Porque creo que esos siglos XIX y XX a los que tanto se apega el pensamiento, han cometido un error garrafal, un error de base, que estamos pagando todos, los humanos de todos los lugares, los animales, la naturaleza y el mundo. La reciente y demoledora Historia es la Historia de la Expropiación. Una tontería: me acuerdo de mi jerbo, llamado Chiquilín, corriendo por mi habitación;  bajando por una rampa que, desde su jaula, le facilitaba el acceso al exterior;  transportando un montón de comida de acá para allá. Ese comportamiento, no cabe duda, estaba inscrito de alguna manera en sus genes como algo prioritario, pero lo que lo estaba condicionando en su obsesividad desproporcionada era la cautividad y sus circunstancias irregulares: las cantidades excesivas de comida a su alcance, la falta de regulación por la luz debido a lo sombrío que es mi apartamento, la carencia de peligros u otros estímulos.

El descubrimiento de América y la esclavitud fueron la cumbre, los dos momentos de crueldad inusitada por parte de personas que tomaban té con azúcar y que bebían alcohol. No sé cuántos de ellos lo harían, no sé qué relación puede haber entre estas cosas o si esto es una tontería, pero como he decidido mirar todas las tonterías con atención, lo miro. Los del té con azúcar, exterminaron. Los del alcohol, maltrataron. Los primeros, controlaban de forma extrema. Los segundos, descontrolaban de forma extrema. En resumen: creo que todo empezó por entonces, y luego vinieron el XVII y el XVIII. Y luego el XIX y el XX concretaron todo el aparataje teórico que manejamos por un lado, y pusieron las bases para la invención de la bomba atómica por otro. Por último, una bomba atómica estalla allá lejos, en las antípodas.

El semestre que fui a la Escuela Superior de Hostelería y Turismo, me encontré con un profesor fabuloso, a nivel humano y técnico, y aprendí mucho (aunque todavía no he tenido un respiro para compartirlo); pero el aprendizaje fundamental fue que el aprendizaje fundamental, valga la redundancia, es erradicar lo mal aprendido. Unido a la aproximación que hice a Uma Naidoo, desde entonces, en la cocina soy libre de mezclar, de inventar, de aprovechar… soy libre de todo porque la entiendo. Con nada, como, y como equilibrado, y me ayudo. No me preocupan las recetas y sé exactamente lo que sería insalubre hacer. Este es el motivo por el que estudio, y esta experiencia me permitió ilustrar perfectamente mi motivo: estudiar para ser libre.

Creo que el gran error de occidente ha sido mezclar dos tipos distintos de dicotomía: la dicotomía vida/muerte, salud/enfermedad, felicidad/desgracia es una dicotomía, digamos, natural, propia de la vida. Las otras dicotomías de las que estamos ahitos, las dicotomías hombre/mujer y colonizador/colonizado son dicotomías a través de las cuales nuestra sociedad se autogestiona. Ha venido algo (no sé qué) que las ha mezclado. Y entonces se ha producido un horror. Pero, además, de entre estas dos últimas, creo que la primera viene de muy lejos, tal vez apareció cuando tuvo lugar la revolución neolítica. Pero la segunda, con la potencia con la que la conocemos, es totalmente reciente.

Pero no queda ahí la cosa. Tengo que desentrañar esta mezcla de los dos tipos de dicotomía y allí a lo lejos, en el fondo-fondo, veo, como a través del rollo de papel higiénico que uso siempre para representar la luz al fondo del túnel que nos lleva a la verdad, a esas personas que son los grandes expropiados: los expropiados de sí mismos. Porque las mencionadas dicotomías son, todas ellas, dicotomías de la expropiación. A veces, la vida expropia (quita la propia vida, quita la salud o la felicidad, y Buda lo señalo claramente sin más). Pero a veces, el humano, huyendo de esta expropiación natural, se constituye en expropiador y expropia… Sí, sí, ya sabemos,  el hombre a la mujer, el colonizador al colonizado pero hay muchas expropiaciones. Muchísimas. Quitarle a un conejo su color y volverlo fosforescente es una expropiación. Hacerse con tal o cual cosa. El propio conocimiento sustantivizado lo es, en cierto modo. La IA es una gran expropiación. Y está la expropiación del propio ser.

Veo esos seres expropiados como el que he descrito, al principio de todo, hablando de El corazón de las tinieblas (que aún no he leído entero). Las sustancias de consumo que consumen no los expropian: son ellos los que se sirven de las sustancias para aparecer así, como ese negro, reclinado en un arbol, sentado en el suelo, muriendo para las vías del tren porque quiere vivir para sí mismo. Vivir aunque sea sólo un instante para sí mismo. ¡Sí! Para sí mismo. Sin ser expropiado. Por una vez, mío, mío, mío. Como la pintada anónima en un puente de la M-30 que iré a fotografiar en cuanto pueda. Ay, ¿cuándo volveremos a ser nuestros?

 

Deja una respuesta