
Bischofberger U (2025) Muy a lo lejos, un varón con falda yendo tranquilamente por la calle (Recorte de foto de iphone.)
He aquí que el negro no es un color, sino la ausencia de luz. Y ¿qué más afín a lo que se quiere que se piense como masculino que dicha ausencia? Porque la gestión de todo lo importante se lleva a cabo desde ese sitio que está en sombra; porque la gestión de lo importante emerge como luz de vez en cuando pero lleva, habitualmente, aparejados manejos que, en buen número están en sombra. Y, también y sobre todo, porque es desde el cobijo que da la sombra desde donde se mira y se actúa, desde donde se ilumina el espacio de luz.
La mujer, lo femenino, los productos que son las obras y los hijos, las propiedades que son los logros y la familia, están presentes, brillando, a veces incluso deslumbrando como la carrocería de un coche. Pero el hombre habita las sombras, habitaba las sombras en esa barriada de Los Ángeles que es Hollywood, como quedó bien demostrado en el trabajo de Carlos Pazos (1975) Voy a hacer de mí una estrella y como, incluso, ha quedado demostrado en la exposición de Sakiko Nomura que tuvo lugar recientemente, comisariada por Enrique Juncosa. El hombre, su ser, su pene y su todo continúan en la sombra: el sexo de la mujer es arte, el del hombre pornografía. Google Maps Madrid no me dejó subir estas fotos al lugar de la exposición, total porque se ve un pelín de sombra de un pene de nada con pelillos, algo que está más visto que el TBO.
Foto de una foto de Sakiko Nomura en la exposición Tierna es la noche, comisariada por Enrique Juncosa.
Sombra que le hace el sombrero, sombra que se pone en la sombra, sombra que es la seriedad absorta contrapuesta a la risa complaciente, sombra de la sospecha o el pecado o el mal que le hace misterioso y varón, sospechoso en el fondo. Incluso en los países de habla latina esa sombra se llega a llamar «macho». ¡Luces, que hay un pecho femenino! La mano femenina incluso roza su sexo cuando vemos a Dánae recibiendo la lluvia de oro y de Las tres gracias nunca se ha sospechado más que asexual sororidad, puro espíritu, puro «harte» (un harte del que me niego a formar parte). Pero ¿Y el hombre? ¿Y el lugar de donde proviene esa lluvia de oro? ¿Y si hubiera cuadros de hombres desnudos abrazándose? No se ven… el hombre (en este caso, Zeus), siempre en sombra…
Porque visibilizar no es lo mismo que descosificar. Al hombre no le hace falta desplegarse: está desplegado en todos y cada uno de los momentos como sujeto. Yo como sujeto no me miro a mí, miro lo que tengo enfrente. La performance del hombre, esto estará estudiado seguro, es una performance sobria, que premia la austeridad en los gestos, la economía en las emociones. La performance del hombre es decir «no me hace falta ser escandaloso, vestirme de color o desplegar faldas con volantes cuando soy el protagonita, el ser actuante; mi protagonismo me lo da mi acción». Es la performance del mango de la sarten: soy el mango, ¿qué más quieres? Cuanto más mango soy, más hombre soy.
Por eso, cuando el otro día vi a un hombre con faldas caminando por la calle, me alegré tanto que le felicité. Porque una cosa es que YO defienda mi DERECHO A EXISTIR como sujeto, para lo cual mi género es indiferente, y otra muy distinta que quien ha nacido con la sartén por el mango decida que QUIERE SOLTAR el mango, que quiere SER MIRADO, que QUIERE LLEVAR PÚBLICAMENTE FALDA o que se quiere pintar las uñas, los labios o equis, que quiere ocupar el territorio de la luz en lo que a su presencia se refiere, pasar de las sombras y declarar que NO es mango, que NO quiere ser mango y que NO le da la gana de ser mango. La variedad de los sujetos humanos es infinita, y querer restringir su despliegue es hacer una violencia que no sólo daña a los violentados: nos daña a todos.
Se podría objetar que tan llamativo es un hombre bien vestido como una mujer, pero todos sabemos que eso es falso. Las primeras que lo sabemos, las mujeres, porque, aunque nuestra vida gire en torno a las acciones (muchas veces desmanes) de los hombres, nos fijamos casi siempre en el atrezo de las otras mujeres más que en el de ellos. Yo por lo menos. Para un Oscar Wilde hay un millón de encorbatados de la Unión Europea que, a mí por lo menos, cuando los miro por fuera, me parecen todos iguales. Cuando yo vea en la tele a un funcionario de la UE con un chaleco de imitación de piel de leopardo, a otro con sombrero tirolés, a otro con falda escocesa y a otro con zapatos de tacón (porque está harto con razón de ser un bajito sin solución) entonces pensaré que se están empezando a superar ciertas cosas. Mientras tanto, ajo y agua, entre rejas y diciéndoles adiós a la alegría y a la imaginación.
Y es que, por supuesto, la revolución de ese segmento al que llamamos «masculinidad» y su apariencia están pendientes, y el principal enemigo ¿cuál va a ser? Pues los de siempre. Don Poder el riguroso, el primero. Pero también Doña Convención la lerda, Don Miedo el cagoncillo, Doña Iglesialadeloscris tianosdevorados
porleonespero papassiem previvas, Don Quedirán las comadres, Doña Celosa la patosa, Don Dinero el Allámelasdentodas y Sinoloveoclaronomeaclaro. Don Papaymamáse mueren. Y Doña Empresa la ManDona. Y la llave del armario que se me ha perdido. Y la comodidad de ser lo que quieren los demás. Por eso, artista, si te atreves a usar falda, yo por lo menos me quito el sombrero.
Ref. Sakiko Nomura, aquí.