
Bischofberger U (2025) Fotografía abstracta tornasolada (Foto de iphone de la serie de tres «todas iguales, todas diferentes»).
Avanzar en lo concreto, sin aferrarse a lo abstracto. Por un lado, están los sufridores. El camino de cada cual, en buena medida, es propio. No: no es que sea propio, es que cada cual sólo puede construirlo desde sí. Por eso, cuando ves a ese otro que es el más cercano a sí mismo construyendo un camino sobre bases erróneas (un camino con un fondo de fango, un trecho en arenas movedizas, una ruta con hitos confusos etc.) te entra el pánico…
Vale: tú te confundes y te pegas un resbalón, pero el de los otros te duele el triple. Hacer como hacían «los sufridores» de ese concurso de la tele (el más famoso de la historia de TVE, el del genio de ese género, el un dos tres), es decir, saber y no poder comunicar, prever y no poder redirigir, ése es el mayor suplicio que pueda uno imaginar. Por eso, los que veían lo que había dentro de las opciones opacas que se iban ofreciendo (lo cual era como ver el futuro) pero estaban encerrados sin poder comunicarse con los que decidían (lo cual era como estar mudo) eran llamados así: sufridores.
Por otro lado, los que rechazan la emoción. Hay una tendencia british a rechazar la emoción que es tan nefasta como cualquiera de las otras exclusiones. Hace poco, la profesora de mi academia presencial, a pesar de ser americana y no inglesa, se expresó en ese sentido, en el sentido de rechazo a las manifestaciones emocionales, en concreto a las manifestaciones emocionales excesivas. Me sentí muy ofendida aunque la cosa no fuera conmigo, pero claro, no lo pude argumentar porque no hay una categoría para los que «rechazan la emoción excesiva», un rechazo totalmente irracional, por supuesto, porque ¿qué más irracional que defender la incomunicación de lo más íntimo e importante, que es la emoción? Un rechazo que es oootro juego de poder (porque el que oculta por ocultar juega ese juego), un rechazo que ha ido y venido, a lo largo de la historia como una pelota de goma con cuerda… ¡Y que no tiene nombre!
Por otro, los que envidian. Estos son nefastos. La envidia azul, muda, avanza paralela al EGO, corroe como si fuera ácido sulfúrico, corta las piernas como si fuera una mina antipersonal, se oculta hábilmente bajo todo tipo de embozos, toma cuerpo y crece como aquella especie de formaciones coralinas que crecieron solas en las partes pudendas de aquel novio que tuve, al que recuerdo encorvado con gesto de horrorizado desconcierto y los pantalones a medio bajar frente al doctor experto en ellas; formaciones que, por cierto, puede que fueran la causa última del cáncer que muchos años más tarde padecí… Envidia que crece con crecimiento coralino, digo, secreta también pero mortal.
Y la ignorancia siempre. La ignorancia, que aparece como un baño de fluido semitransparente que llega a casi todos los rincones de casi todas las personas en casi todos los momentos. La ignorancia, más inocente que un cubo. La ignorancia, pura ausencia mirada por el espejo retrovisor. Se metamorfosea en ingratitud, en temeridad, en arrogancia, pero, sobre todo, se metamorfosea en error. El error… ¿hay algún libro sabio que se llame «El error»?
¿Cuál es el papel del error en la Historia de una humanidad que tiene que construirse a sí misma, que nunca tiene el muestrario de sus opciones, que tiene una vida limitada y un tiempo corto? ¿Cuál es el papel del error en una humanidad a la que el miedo paraliza cada dos por tres? Una humanidad que nunca acaba de conocer su entorno, porque su entorno está perpetuamente en movimiento. Asolada por espejos y más espejos (porque la cultura son, en el fondo, espejos). Engañada por los envidiosos. Despistada por las distintas manifestaciones de la emoción, que al esconderse se transforma en poder y confunde. Sufridora por sí misma y por ese otro tan querido…
El papelón del error. Hay que dejar que el error juegue el papel que le corresponde, que es siempre un papelón. Concebido como destino, como pecado, como fallo técnico o como qué sé yo…, el error tiene un protagonismo tan grande que, si hubiera que discutir sin caer en errores cuál es el verdadero protagonista abstracto del devenir humano, no habría ninguna duda de que el verdadero protagonista sería el error. Lo habitual, en el fondo, es que el pensamiento que llamamos «racional» se equivoque en las decisiones molares y que, por tanto, el juego que juguemos baraje, simplemente, probabilidades, de tal modo que lo deseable aparezca random.
Por eso y por último, sufridores del primer párrafo, padres, madres, responsables y demás familia: ¡no os preocupéis! o, mejor dicho: ¡no os preocupéis en exceso! Total… Es el error el que ha decidido en vuestra vida y es el error el que decidirá en la vida de ese por el que sufrís. Lo que le espera será mejor o peor, a lo mejor a ese mejor tan brillante le sucederá un peor y precisamente ese mejor hará que este último peor sea peor todavía. Las alegrías de la vida, o las penas, vienen de los frutos que, caprichosamente, van cayendo. No siempre, pero las alegrías y las penas en la vida humana vienen, con mucha frecuencia, por capricho. Son como esa miga de pan que encuentra un gorrión, fuera de todo contexto, porque se la acabo de echar yo. El error no es «error», sino norma, y la ley, esa Ley a la que nunca damos credibilidad: la Ley de lo Imprevisible, la ley de que no hay más camino que el propio, la Ley de que no hay Ley, sino nosotros haciendo lo que podemos los unos por los otros.
Sólo se puede avanzar en lo concreto (retomando lo mejor de esa cultura inglesa que nos constituye), y la gran tarea es aparcar de una vez por todas los grandes principios, las enormes prescripciones de las religiones, las pautas generales terminantes, las Weltanschauung de las hormigas que somos, la abstracción que arrasa ambiciosamente. En otras palabras: hay que leer a Dickens una vez más. Escuchar el sufrimiento que construyó a Dickens en David Cooperfield, aunque no puedo citar bien porque no tengo el libro a mano…
David llega a casa de su tía..
No se sabe que hacer…
¿Qué vamos a hacer con él?…
¡Bañarlo!
Escuchar la biografía, oír la voz de la Historia, reflexionar sobre el tiempo, leer en contexto…
Las otras dos fotografías abstractas tornasoladas de la serie de tres «todas iguales, todas diferentes». Me reservo el secreto de su origen, para que no pierdan su carácter de abstracción.
IA, dices que es «es difícil determinar con certeza qué es lo que se ve en la imagen, pero podría tratarse de una lupa con luces LED UV. Esto se deduce por la forma de los lentes y los puntos de luz violeta, que podrían ser LEDs UV. Sin embargo, la imagen es borrosa y no proporciona suficiente detalle para una identificación definitiva. Por lo tanto, es difícil asegurar con precisión qué objeto se muestra en la imagen.» Te lo digo: sé qué es porque lo he hecho, tiene un proceso. Es mi ratón fotografiado a través de un vaso. ¿A que ahora lo entiendes?