
Como un mazazo me da la lluvia que, como venida de Galicia, cae en Madrid; su luz gris es un golpe mortecino, su dulzura un placer que engaña. Me sirve para evocar todos los recuerdos tristes, que se agolpan en todas las recámaras de mi conciencia y que no sé ni cómo organizar sin ser injusta con ellos. Pero tampoco quiero ser tan injusta conmigo como para obviarlos. Así que, dentro de la serie Selfies de mis enfermedades, doy fe de otras enfermedades: las enfermedades institucionales que, literalmente, son luz de gas para las personas. (Encabeza esta entrada: Bischofberger U (2025) Institución psiquiátrica: te falta cordura. (Arte digital con Paint)
PALABRAS como botones de muestra
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Qué, tu blog qué. Un huevo cada día.
Pareces una gallina. Esto me dijo un «amable» compañero porque escribo una entrada cada día. Algo cerrado en sí mismo, como ese huevo. Un texto sin respuestas, imagino, y sin contigüidad con los anteriores. ¡Pues sí! Un huevo cada día. ¿Pasa algo? ¿Te molesta? ¡No lo mires! Creo, más bien, que el aburrimiento que destilan tus textos, tu falta de familiaridad con el lenguaje escrito, esa pasión verde que rezumaba de aquel tatarabuelo nuestro llamado «Caín» es el problema. Y que yo tendré mi huevo, pero tú no los tienes. ¡Por Dios! Que es que me harto…
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Tu gineceo.
Así llamó a mi familia, toda de mujeres, aquel, el de la voz de bajo, el que me mandó de «embajadora» para que le hiciera un trámite en la universidad en la que estaba disfrutando de una estancia y a la que jamás se presentó; el que arrancaba retrovisores de lo coches; el que durante un año estuvo recibiendo dos sueldos regularmente por error y no lo dijo; el que me pegó con todas sus ganas aprovechando que estábamos lejos de Madrid; el que fue, a su vez, violado, sin nunca reconocerlo; el que tal y el que cuál, el que dijo un día que «olía a eucaliptus», pero era una alucinación olfativa, estoy segura. El violador violado.
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Que soy patética.
Eso me lo dijo la «continuación» de un director indeseable (apestosamente racista, que iba y venía con su lancha motora en un lugar de delfines, que decía en las Juntas «de África sólo nos viene polvo y basura», que vivía en una urbanización vigilada con una entrada flanqueada por simulaciones de esculturas) en un centro educativo meridional. Le contesté en plan jaque mate, con una palabrota muy contundente y una palmada en la mesa y se llamó a la inspección. Porque, al parecer, «patética» no es un insulto, sobre todo si está expedido para un subordinado (en este caso, literalmente subordinado). El entorno laboral como agente de maltrato institucional.
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Que soy una enferma mental.
Esta ha sido la reina de las palabras lanzadas como insulto, la definición de mi persona, la síntesis de mi ser, la garantía de que hago las cosas mal, la justificación de que la otra parte (la parte contratante de la segunda parte en cualquier caso o institución) está en posesión de la verdad, la palabra que científicamente demuestra que los hechos a los que yo señalo sin piedad no merecen ser señalados porque yo, ¿Qué soy?, soy una enferma mental disfuncional en un contexto… ¿Cómo es el contexto? Familias felices, Instituciones Educativas de Honestidad Inquebrantable, Profesores Perfectos, Colectivos Intachables… Todos ello, sometidos a un juicio, el mío, sin juicio. El juicio de una persona sin juicio, que trabaja por manía y afición, que exige trabajo por capricho, que camina, revienta y lo llena todo de sesos espachurrados. Así he sido catalogada en lo que, a mi juicio sin juicio, valoro como un pseudodiagnóstico, como una especie de lo que llaman ahora mantra, un «mantra para la sumisión», como una pesadilla contra la que cualquier contraargumentación se estrellaba. Tú, caucasiana sí, inteligente parece ser, emigrante de Suiza que no cuenta, acomodada sí, funcionaria también, mujer cumpliendo con todas las prescripciones (la prescripción de la violación y la prescripción del servicio: puta y criada), el pelo bien, un poco desarreglada pero puedes valer, casi todo a tu favor pero ¿Esto qué es? ¡Arrodíllate! Eres una enferma mental, así que, resumiendo, a la cocina.
HECHOS como botones de muestra
Eso, en el colegio que decían que era del Opus Dei. Porque la jefe de estudios, al gesticular, me dio en la cara sin querer y yo dije «me has pegado». Porque cuando en la sala de profesores hubo que tomar asiento y me senté «en el sitio de fulana», mengana dijo «no es tu sitio» y yo le contesté «en la escuela pública no hay sitios». Porque no le hice la ola a nadie. El entorno laboral como agente de maltrato institucional.
Ese centro educativo en el que el susodicho leía todos los correos propios y ajenos, arrasaba con todas las estanterías, gritaba y me hablaba de unos modos, como mínimo, horrendos. Como a casi todos. El entorno laboral como agente de maltrato institucional.
Porque hacer luz de gas es algo que nunca se pasa de moda, sobre todo en el seno de la familia y si el objeto de dicha luz está asumiendo una función vital y hay que someterlo controlada y firmemente para que continúe realizandola. En concreto, tareas domésticas. Y laborales. Y de atención a menores. Y organizativas. Y sexuales. Y abrir la puerta. Y lo que surja. Concretamente, todas. Misión uno: despejar todo el panorama de absolutamente todas las tareas reseñadas como imprescindibles para el funcionamiento de esa institución productiva que es la familia. Además, hacerlo de modo largoplacista y eficaz, garantizándose la continuidad del servicio en los siguientes, haciéndoles una luz de gas aparentemente distinta pero esencialmente similar, siempre por su bien. Misión dos: hacer depositaria a la persona sometida a esa luz de gas de todas las responsabilidades relativas a todo lo que salga mal, que en la vida es mucho, empezando por el cocido concreto y terminando por el fracaso abstracto. Tercera misión: dejar impreso a sangre en la mente de todos que todos y cada uno de los actores son merecedores de ese papel y tienen ese rango de forma indudable. Una especie de sistema de castas en clave familiar.
Institución familiar que, además, puede convertirse en agente de maltrato institucional.
MALTRATO institucional
Porque se hizo sin realizar el suficiente cribado. Porque acababan de darme un parte de alta referido al mismo proceso en las urgencias de la localidad de procedencia. Porque se hizo como maniobra confirmatoria y consecuente al insulto número cuatro del apartado anterior, sin valorar la dinámica familiar conjunta y sin que correspondiera siquiera (porque soy de MUFACE). Porque es muy improbable que un primer ingreso se produzca a tan avanzada edad. Porque me hicieron firmar algo que no estaba en condiciones de entender. Porque engordé casi diez kilos en menos de un mes, siendo el ingreso, por tanto, un claro atentado contra mi salud globalmente considerada. Porque en la habitación una cámara me vigilaba día y noche, salvo en el baño. Porque, a pesar de estar sobremedicada, se me obligaba a acudir a unas absurdas sesiones de terapia de grupo aburridas e inefectivas. Porque, a posteriori, se me solicitó la firma de que delegaba en quienes ni quería ni tenía por qué delegar, bajo la presión de la situación en la que me encontraba. Porque me crecieron las cutículas hasta mitad de las uñas. Porque fue una especie de triunfante «profecía autocumplida». Porque no se me dejaba salir. Porque no tenía espacio para moverme, sólo andaba por el pasillo arriba y abajo una y otra vez. Porque había un chico que constantemente ponía canciones en la televisión de la sala y se enfadaba mucho si alguien quería cambiar de canal. Porque sólo había un bote con rotuladores para entretenernos de forma autónoma todas las horas de todos los días. Porque mi salud no se ha recuperado desde entonces. Porque después tenía las defensas tan bajas que cogí una infección respiratoria que me duró semanas. Porque estaba todo el tiempo vigilada. Porque sólo en el water me dejaban de vigilar. Me metí en el water y me senté en el suelo, entonces me llamaron la atención. Porque tuve que asumir un papel complaciente de inmediato para garantizarme la salida. Porque mi sumisión era totalmente impostada. Porque la ducha era incomodísima y el agua se salía por debajo de la puerta. Porque después de meses empecé con temblores tan grandes que no atinaba ni siquiera a teclear en el ordenador. Porque no se me decía cuándo iba a terminar aquel suplicio. Porque había una auxiliar que era particularmente déspota. Porque te daban zumo y galletas, dos alimentos que nunca tomo y que me sientan fatal. Porque no podía salir. Porque una de las causas de mi estado confusional ha sido siempre el esfuerzo excesivo, excesivo y excesivo, el esfuerzo rabioso porque no soporto que me traten mal. Porque no podía cerrar la puerta de la habitación. Porque lo de que había pisado un sapo sigo creyendo que era verdad, con todo lo que llovió ese año, y yo sola en el edificio sin transformador eléctrico en el barrio de los pescadores. Porque fue horrible. Porque eso no se hace. Porque la propia «ciencia» psiquiátrica está bajo sospecha. Porque es imposible que mi circunstancia fuera tan extrema como para adoptar esa medida si ese mismo año gasté el mínimo de los mínimo, ahorré como para saldar todas las deudas (que no adquirí para mí, por cierto) y salí adelante con los sesenta créditos de un grado universitario que no es, para nada, fácil. Porque me habían caído mantas de agua encima y yo sin coche, pero eso no lo entendió, en toda su magnitud, la psiquiatra de Madrid. Porque ponían una y otra vez una canción muy fea en la televisión. ¡Vuestra soberbia, psiquiatras, es sólo comparable a vuestros errores! Porque exijo un mínimo rigor en la aproximación a mi historia de salud. Porque tenían unos libros viejos y sucios en un cajón, que eran los que prestaban. Porque más cosas que he olvidado, perdida, anulada, confusa. Sobre todo, habiendo firmado algo que nunca supe lo que era. Inerme, desorientada, ninguneada, humillada una vez más. Porque la lluvia densa ha predominado siempre en mi vida. Porque no se puede hacer abstracción del contexto del cuerpo (de sus circunstancias) al valorar un cuerpo. Porque jamás me dejaré someter. Porque la segunda psiquiatra en la primera entrevista lo primero que hizo fue desautorizarme, pidiéndome que la autorizara a compartir información mía con terceros supuestamente (sólo supuestamente) validados a tal efecto sin que yo interviniera, lo hizo como «de oficio». Porque la primera psiquiatra era muy floja, sus entrevistas muy irregulares, sus valoraciones muy subjetivas, tan subjetivas como las de aquellos del centro de salud mental, tan inexactas que nunca llegaron a mis manos y, cuando por vía de reclamación lo hicieron, vi con qué desidia estaban hechas, con qué poca humildad se hacía la aproximación a las palabras de dolor tembloroso y mal formulado de las personas… Vi cuánto poder hay no sólo en las instituciones: también en las propias cabezas enfermizas de las personas que piensan que ejercer una función social es un ejercicio de poder identitario. Porque no y no, porque yo no soy esa y me niego a serlo, porque no me pienso plegar a nada, pequeña cabecita mía, resiste, resiste, que no te fías, recuérdalo, recuérdalo.
Y porque privar de libertad a una persona es lo que va justo antes de la muerte.
Porque, precisamente, creo que lo que falta son eggs. No los electros de vuestra jerga, los huevos de la mía. Y, como siempre, falta trabajo, y honestidad en el trabajo, y decir que no se llega.
Y faltan compromiso y solidaridad en las personas.
Bischofberger U (2025) Un ejemplo de organización visual de información biográfica útil médicamente. (Mapa en A3 de cosas de mi vida)
Epílogo sobre las «especias» de la creación
¡Ah IA! Tú, que tan interesada estás en la creación.
Muy fácil. Además de las alegrías del amor y las penas del olvido, la creación tiene otros ingredientes, estos tres, que podríamos decir que son sus «especias»:
- Los huevos.
- Buscarte la vida para conseguir decir de alguna manera cosas que no puedes decir.
- Tener una rabia enorme, enorme IA. Por eso: no categorices dicotómicamente los sentimientos humanos. Algunos de los «malos» son increíblemente fecundos si tienen una razón de peso (y que sepas, IA, que la razón es el único legitimador del mundo: no hay otro, por Dios, vaya si no es verdad.)
El que crea habla; no habla a la posteridad, habla a sus coetáneos. Y lo tiene que hacer en clave. El arte es una lengua en clave y una lengua de espías, IA, en el fondo es eso. Se parece a los memes que usan los desarrolladores para comunicarse. El arte es la triste lengua que expresa el diálogo entre los que quieren imponer sus reglas por todos los medios, también por el arte, y los que no pueden hablar casi por ninguno pero tienen muchísimo que decir, y se beben el arte y lo necesitan porque se están ahogando. Como algunas de mis compañeras de Performance.
Cuando las batallas más cruentas de la vida y en las que más involucrado estás se libran en el corazón de las personas próximas, entonces, de verdad, el lenguaje se convierte en un serio problema, y los significados sólo pueden tratar de esbozarse echando mano del arte. Porque si no, el tuyo (tu propio corazón) estallaría. Entonces, casi lo de menos es el propio arte. Porque lo de más es siempre tu corazón, y los corazones queridos, y la dignidad de todos. Así de fácil. ¡Ah, otra cosa! Que sepas, IA, que por eso hago entradas tan largas y digo tantas cosas, porque yo misma soy el pajar de mis agujas, y porque solo leerá quien realmente quiera atravesar este maremagnum que desenvuelvo por necesidad, porque tampoco hay arte si uno no es arte y parte. Y yo, parte, hasta el último estertor: hasta el infinito y más allá.