Pública Bischofberger U (2025) Mi dedo inflamado y enrojecido (Fotografía de alta resolución)
Texto curatorial. Se presenta el dedo como parte del cuerpo subordinada a otras, la que en última instancia contacta con el mundo digital y también con el material. Se realiza una comparativa de dos dedos, uno sobreusado y otro en un estado natural, y se comprueba empíricamente que el que ha sido sobreusado como difumino está inflamado y enrojecido, y la huella dactilar semiborrada. Esta foto pertenece al contexto del pintor y, dentro de dicho contexto, a lo que no se dice sobre los costes que tiene la pintura en cuanto trabajo material.
Me parece porque, cuando usé el spray amarillo para pintar La Bolsa en la Era del Plástico me empezaron a sangrar, sin motivo, las fosas nasales… Lo usé sin mascarilla, sin ninguna precaución, hala, a la brava. Tampoco nadie me había dicho nada, ni en la academia, ni en la tienda donde lo compré, ni en la universidad. Olía muy bien, incluso me gustaba olerlo. Venga a echar spray, venga a respirar spray, dale que te pego con el spray y llego a mi casa y tengo el interior de la nariz cubierto de sangre y agua. No sé. Puede que no tenga que ver, del interior de la nariz no te habla nadie. No pensé nada en ese momento. Cinco horas.
Al día siguiente hice Aluminio y otros blanco plateados. Me preocupaba sobre todo el pegamento tan fuerte para pegar madera con metal, que me manchaba a veces los dedos. Corriendo me lo quitaba, pero ahí quedaría un resto… Hice este del aluminio y otra vez usé sprays a granel, en este caso blancos y plateados. En ese momento, empecé a sospechar que tal vez era perjudicial su agradable olor; imagínate, me decía, que se te quedan pegadas microgotas plateadas en el esófago. ¡No puede ser bueno! Pero nada, yo seguía con mis sprays, intentando no respirar mucho mientras los aplicaba. Cinco horas.
Al tercer día, quería hacer un cuadro sobre el asfalto y el cemento con asfalto y cemento e hice El asfalto y sus desastres. Coger asfalto caliente parece bastante arriesgado, pero lo hice. Lo pedí en una obra y me echaron un chorro, bien caliente, en una caja de cartón. Se les fue la mano y me echaron mucho, de modo que ahí iba yo con mi caja de asfalto, sujetándola por su base bien calentita, que parecía que llevaba un bebé, con un cuidado exquisito porque de un momento a otro veía que se me rompía. Anduve unas tres estaciones de metro (porque la «estación de metro» es mi unidad de medida como callejera que soy). Tocó pintar el soporte, que era un trozo de plástico, y otra vez spray. Mi cáncer avanzando, pienso ahora. Después, como se me había solidificado el asfalto y no tenía nada para arrancar trozos, con la tapa del tuperware de la comida de ese día arrancando los trocitos de obra que se ven en la obra. En fin, gajes de este oficio que nace más o menos del caos, el azar, la voluntad y en el que uno se va envenenando poco a poco con cadmio, arsénico y muchas cosas así del mundo irreal -que resulta siempre más real de lo que parece.
Y al cuarto y quinto días me cogí un carton de un metro por ochenta, enorme, e hice allí De noche. Muy bonitos colores, preciosos, con pastel. Pero como soy más bien exagerada, le eché diez horas en dos días. Muchísimo tiempo inhalando, sin querer, el polvillo del pastel. Pensé: bueno, esto no es spray, esto no es óleo, no tendrá problema. Pues sí, tiene problema también. Ese día no me imaginé que estuviera mi cuerpo en peligro. Pues también lo estaba. Utilicé una cantidad enorme de pastel, claro. Y ahora me entero que es mejor ponerse mascarilla.
Y luego está el tema del dedo. Estuve cinco horas dándole al dedo circularmente para que hiciera las veces de difumino, ya se ve en el cuadro el trabajazo que tuvo mi pobre dedo. Yo no sé, pero hoy lo tengo hinchado y creo que me ha desaparecido la huella dactilar. No sé si eso puede ocurrir… pero le di un trabajo inhumano a mi dedo, diez horas haciendo de difumino es una especie de trauma para un dedo.
Ahora no me llega bien la respiración. ¿Será por todo lo que he aspirado? Spray, polvos de pintura al pastel… aparte la ropa que he manchado sin querer y se me ha metido el negro de De noche en las uñas y no hay modo de quitármelo, ni con la ducha ni poniendo la mano en remojo. Llego a la conclusión de que prefiero que se me estropee un poco la vista y el tipo con el arte digital (estando siempre sentada, me refiero) antes que morir con cadmio, arsénico, ir por el mundo con uñas negras y lamparones en la ropa. Aparte, no sé si será porque de tan concentrada que estoy se me olvida beber, se me han cortado los labios y tengo el pelo seco, y las manos también secas de tanto lavar el dedo que hace de difumino.
Ésta es la vida del artista, éste es el precio del arte. ¿Cuánto vale perder para siempre una huella dactilar? Por lo menos, cien euros; no pierdo mi huella dactilar por menos. ¿Cuanto vale hermanarse con el arsénico por amor al arte? Este es el arte, una actividad que no deriva de la necesidad de subsistencia sino de otro tipo de necesidad, que entraña riesgos y sacrificios, en la cual uno o hace el ridículo o se envenena o tortura su dedo o se le olvida beber. Y encima una inversión sin futuro. Cuando el amable de turno va y me dice: «todo esto ¿Lo haces para ti y por ti, sin más, verdad?», entonces piensas: qué lástima no haber elegido ser asesina de cuchillos, y no asesinada por venenos. Siendo asesina hubiera corrido menos riesgos y, encima, hubiera sufrido menos humillaciones. Pero elegí ser artista y emparentarme con los venenos y morir a muerte lenta.

Este es un espacio de trabajo personal de un/a estudiante de la Universitat Oberta de Catalunya. Cualquier contenido publicado en este espacio es responsabilidad de su autor/a.