Pócima de amor marrón no neurocientífico

Pública

Echémosle a la olla lo siguiente.
Olor. Olor a humanidad. No perfumes, no esencias, no extractos.
Puro sudor, olor a vísceras y a sangre incluso, menstrual sangre estancada.
Olor a flujo y otros olores dulces.
El olor dulce del cadáver en descomposición que es tan grato al perro.

Y vio dios que era bueno.

Recorte impío. Un recorte. Y otro. Y otro.
Recortar del fondo, recortar de donde sea, recortar y recuerdo:
No se puede hablar de amor sentado. Hay que tumbarse.
El lugar del amor, del amor de la olla, es el tumbado.

Para que siga sin desvanecerse, hay que echarle pasión.
No es tautológico decir que amor requiere amor.
Obsesión, ceguera, negación, corte y corte.
No existe nada más. Se para el mundo.

Respiración contenida y frenada. Jadeo y jadeo
Y jadeo con jadeo con jadeo que no para y sin freno.
¡Y grito! No vale el amor que respeta el sueño del vecino,
Hay tanto respeto al sueño del vecino que no puede
triunfar el amor.

Para que haya amor de verdad de verdad tiene que haber sexo anal.
No es porque lo diga el Freud occidental, lo dice hasta el gato.
No sé si el gato tendrá sexo anal, pero qué duda cabe: es el mejor
(si es que se puede hablar de mejor o peor en materia de amor).
Sexo que rompe tubos capilares, sexo que rasga y gime.
Esta es la pócima del amor marrón.

Amor marrón de almizcle. Y no quiero
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