Díganme coja, manca, ciega, sorda, loca, enana, calva: pero nunca me digan mala

Pública

Portada: Bischofberger U (2024) Autorretrato y soy un ajolote (Captura de pantalla perezosa, porque estoy muy cansada.)

Confundida, puede. Equivocada, puede. Bicho, puede. Pero mala, no.

Suelo alimentar a las cornejas. Llevaba cinco nueces en el bolsillo. Tiré una nuez. Volví a meterme la mano en el bolsillo y seguía teniendo cinco nueces.
Estaba en el vestuario de la piscina. Crucé una frase, significativa para mí, que se me quedó haciéndome eco, y no pasó más que un instante cuando me di cuenta de que estaba completamente sola; un instante antes, había gente. No había pasado un intervalo de tiempo razonable entre una cosa y otra.
Me tumbé en la cama, intentaba dormir y, cuando estaba a punto de dormir, algo me sobresaltaba y me volvía a despertar; entonces la ría en lugar de estar a la derecha, estaba a la izquierda.
Lo que he escrito estos últimos días, lo he escrito de un tirón. Hay subculturas intelectuales cristianoides o peliculeras que hubieran dicho que estaba «poseída».

¿Poseída por quién? ¿Por el agotamiento? ¿Por el vacío mental que dejan años y años de funcionariado militante? ¿Por la debilidad mental? ¿Por la imbecilidad, por la impotencia, por tener el coche roto o porque se me ha salido la leche y no puedo leer el poso de la leche en la vitro, porque tampoco sé?

Tiene dignidad un cojo, un manco, un ciego, un sordo, un loco, un enano. Tiene dignidad un ciego igual que la tiene un invidente. Tiene dignidad un ave y un gusano, y, lo que no saben esos neurocientíficos que, en avalancha ciega, parece que me arrastran desde el antaño fresco y neutral Mind and Brain, es que lo único que, verdaderamente, afecta a la autoestima no es la talla, ni el tamaño de la nariz, ni la falta de un sentido o una capacidad (que siempre se suple con muchos otros u otras, siempre, y que, si falta, con sentido común se compensa). Lo único que se vive como indigno es el mal comportamiento propio, y lo único verdaderamente indignante, el mal comportamiento ajeno.
Siempre me ha llamado la atención la torpeza de las personas muy inteligentes para darse cuenta de la falta de inteligencia, y adaptarse a ella.

Ya lo decía Edgar Allan Poe, cito con mala memoria, Los únicos pecados que en el lecho de muerte se recuerdan como mortales son los pecados contra la caridad. O sea, contra los demás, hablando en cristiano.

Por supuesto que yo, disminuida, discapacitada, torpe, patosa y subnormal perdida, tengo dignidad. Y cuidado con el que me la cuestione. Pero, hermanos discapacitados, todos y todas, tristes, sin techo, desdoblados, cojos, culos gordos, caras flacas, brazos cortos o con dedos que salen de los codos o simplemente feos y de la nave de los locos,  y, ya puestos también, viejos desdentados, niños del último rincón de la clase (¡queridísimos niños del último rincón de la clase!), asistentas con manos que brillan de olor a lejía: no sé qué os iba a decir. Es que se me sube el ego a la cabeza de hablarle al mundo.

Ah, sí. Que os fijéis en la foto de infra Es la foto de Don Dinero. Ahora, a la extrema izquierda también le ha dado por la personificación, y hablan de Doña Gea. A ver si Don Dinero y Doña Gea se ajuntan, pero, mientras, que nos dejen vivir -con un poco de dignidad a todos.

¡Y ah, también! Sigamos jugando el juego que siempre hemos jugado. El juego del listo, del espabilao, del disléxico que jamás lo reconoce ni lo reconocerá, del tuerto que finge ser ciego, del manquito que esconde la mano en la manga que le queda, porque la otra la lleva rota; el del tonto Claudio el Dios, e incluso el de Mesalina. Porque el pegamento que lleva el poder no lo lleva en los huevos, ni en el bacon, ni siquiera en el plato: está tan constitutivamente imbricado en cada uno de sus poros triunfales que, arrebatárselo, sería matarlo. Y ya sabemos lo que pasa cuando se mata: hay sangre. Y, si no hay sangre, hay hemolinfa verde o azulada, lo que es peor. Por eso, haya paz, total…

Y sobre todo porque tú y yo sabemos que somos mucho más parecidos al ajolote de lo que pensábamos antes de saber tanto como sabemos ahora gracias a Google: tú, paralítico cerebral, has desarrollado una honestidad y una fuerza de voluntad que ya quisieran otros; tú, ciego, te me pareces cada vez más a Borges; tú, manco, tienes todo el encanto y el liderazgo del pirata; tú, sordo o trastornado del lenguaje (que, para el caso, es casi lo mismo) lees los gestos de los demás como en un libro abierto, lo cuenta Oliver Sacks; y tú (yo) bipolar, has tenido que luchar tanto en todas las batallas que tú misma has provocado, que eres un auténtico Pulpo Disney. Cada uno elige, y entre todos elegimos todo. Entretenidos y entretenidas jugando, nos olvidaremos de que todo sigue igual: el poder y el dinero son la música, mientras todos los mundos bailan como Mary Poppins, al compás.

Bischofberger U (2024) Gif de Don Dinero (Arte digital, foto live de vídeo apropiado en YouTube.)

Y ahora, en vez de hablar de Mi Cuerpo (porque, al parecer, los artistas solo podemos hablar del cuerpo, no vaya a ser que se note que no sabemos de casi nada a pesar de ser hombres y mujeres públicas) , voy a hablar del Cuerpo de la Naturaleza. No sin antes hablar también del Cuerpo Social, decir que me caen muy bien los políticos, yo no estoy de acuerdo con todo lo que se insultan mutuamente y creo que, por culpa de esos insultos, nos creemos que son insultables. Pero en realidad son personas que están muy agobiadas con sus responsabilidades. Muchísimo.  Mario Puzo con El padrino ha sido para los políticos lo que Hitchcock con Psicosis ha sido para nosotros los locos: una pesadez. Pues va a ser que no, que la mayoría son gente que llaman De buena voluntad, y de lo que se trata es, sobre todo,  de que no se atasquen. Porque tenemos todos el botoncito pendiente de un hilo mental, por culpa de otros «muy majos» que tampoco es que sean «tan majos»: los medios.

PD. Y tú, niña llenita de acné, tienes el temblor de un pétalo de amapola; y tú, despistado, eres un jirón de nube. Tú, gordita, tienes la contundencia de una Venus Paleolítica; tú, culona, qué imposible es pellizcártelo, de lo insondablemente duro que lo tienes; y tú, narigudo, nadie te olvidará una vez que te conozca. Todos sexis, todos deseables, todos hermosos, todos. Y tú, RAE, electroencefalograma plano (mejorando lo presente) pero qué bien escaneas al parecer (como una servidora). Por último, tú, tonto, te quiero. Y tú, calvo, eres un sol. Y de tonto, ni un pelo. De tonta, ni un pelo. Y así.

¡OJO! Que al hablar de dignidad, habrá que aclarar que nos estamos refiriendo a la RESPETABILIDAD de todo humano o humana, y no a las EXCELENCIAS asociadas, siempre, a los recursos (salud, dinero y amor… y, de paso, yates, redes, prestigio, estabilidad, alimentos y peloteos varios). Porque, exactamente igual que el software, el lenguaje es un constructo humano. Demasiado humano. Mi vida personal ha sido una lucha sin tregua para conseguir esa respetabilidad, que ahora otra vez la tengo en duda porque, según me dicen, al ser mi represión sexual épica, lírica y muy dramática puedo ser un factor de yo qué sé, por Dios.

 

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