No podemos identificar «naturaleza» con «paisaje».
Esto no es la naturaleza, esto es lo que vemos de la naturaleza a través de un cristal porque no sabemos, aún, de qué estamos hablando. He aprendido que hay que empezar a madurar en el arte de hablar de la naturaleza.
– Hay que inventar otros retratos de la naturaleza.
– No es colocarnos detrás del cristal en modo contemplativo.
– No: no es hablar «de la naturaleza». Es hablar con la naturaleza, desde la naturaleza, en la naturaleza.
-Quedan muchas tomas de conciencia que realizar antes de emprender este camino.
– Y no hablamos sencillamente de una relación. Creo que podríamos hablar de imbricación: es más contundente.
– La naturaleza nos integra a la planta, a su habitante que llamamos «animal» y a la tierra que habita con todos sus microorganismos. Estas son cinco presencias de la naturaleza no relacionadas con la estética, que retratan algunos aspectos de nuestra relación con ella.
– Hablo de la naturaleza viva. Eso a lo mejor habría que puntualizarlo.
Si los artistas tiráramos del hilo de la naturaleza, arrastraríamos todo en nuestro empeño.
Naturaleza harta, saliendo de un armario: el helecho que crecía sin luz
Había una vez un helecho que crecía sin luz. Un humano que quería contener a la naturaleza lo encerró en su armario, y creció dentro del armario. El helecho creció, y creció, hasta que no sólo invadió todo su interior, sino que salía casi a borbotones. Nada lo podía detener. Entonces, con esa cierta forma de autoconciencia que (admite la ciencia) tienen las plantas, dijo:
– ¡Lo voy a invadir todo!
Y cobró un ritmo tal, que lo invadio todo.
Naturaleza en el espacio inhabitado: la araña.
Había una vez una araña que fue desahuciada de una vivienda abandonada y llegó a la del vecino. He aquí, señoras y señores, que el ser humano que era su dueño no le había dado utilidad a un pequeño espacio que había entre el armario y la pared.
– ¡Oh! ¡Ideal para mí! -pensó la desahuciada.
Y allí se instaló, feliz, porque, además, el ser humano respetó su humilde hábitat y su existencia silenciosa.
Naturaleza cristalizada tras el cristal: defunción de la naturaleza
Había una vez un cristal. Ser cristal tiene su origen en una historia de cristalización que estudia la cristalografía. Hay muchos tipos: el de la ventana de casa, el de la ventanilla del coche, el del microscopio o el de la lente de mi móvil. El caso es que el cristal es una solución de compromiso para la relación del humano con la naturaleza, que, a través de él, accede a su parte amable, la visual, y deja atrás otras menos amables como la temperatura, la textura, todos los seres que puede contener, la intransitabilidad, el olor y, sobre todo, la posibilidad de ser invadido por ella de algún modo.
– Yo miro desde aquí, que aquí se ve mejor -dijo el ser humano. Pero se equivocaba, claro.
Naturaleza herida: toda nuestra comida tiene heridas
Había una vez una hermosa y oronda manzana, de colores preciosos y conseguidos pacientemente al sol. Lo que llamamos su rabito es, en realidad, la cicatriz de una rotura. Esa rotura pudo haber sido natural, si se produjo sola, o provocada.
– Todo lo que coméis tiene heridas -dijo la manzana. -La herida del salmón al ser atrapado, la herida de la lechuga al ser arrancada, la herida de la coliflor. Cuando el ser humano come, estrecha su relación con las heridas que le ha causado a la naturaleza.
– Claro, que ¡comer, tenemos que comer! -contestó el ser humano. – ¡Faltaría más!
Naturaleza frenada siempre: quieta en la maceta.
Érase una vez una planta que hubiera crecido mucho más, con una sed de vida impresionante. Como siempre, la naturaleza es tan potente que tiene que ser contenida, limitada, frenada. Y la planta fue frenada con el tiesto. Inventamos el tiesto, la semilla, la plantación, el granero, la punta de flecha, el hacha. Y esta macetita de plástico está olvidada mientras la miramos a ella, pero es una parte esencial del conjunto.