Una nevera, un microondas, un bote de palillos de madera, una cesta de paja con nueces, unas pinzas de la ropa, una bolsa de plástico de arroz a medias, una sartén, una lavadora, la tapa de una olla, una encimera de granito, una vitrocerámica, un trapo de microfibra, una olla de aluminio, una botella de plástico de aceite de oliva virgen extra, una jarra de cristal, un bote de cristal y plástico con pimienta, un bote de cristal con otra especia, un tuperware de plástico, un recipiente de cristal, un calentador de agua, un plato de porcelana, unos cubiertos de acero inoxidable, cacerolas de diferentes formas y tamaños, un bote de plástico con detergente, un fregadero de acero inoxidable, un colador de acero inoxidable, un trapo de algodón, un recipiete de plástico, botellas de plástico, bandeja de plástico, manzanas, recipientes de cristal, una tetera de porcelana pintada, un horno, unos cajones, un aparador, carpetas, un bolígrafo, un monedero, una bolsa de plástico con una huevera de cartón… y las figuritas de plastilina.
Las figuritas pasan desapercibidas.
Pasan desapercibidas, como la sofisticación técnica de todos esos objetos que nos acompañan, logros de la humanidad que nos acogen y garantizan la salubridad y nos regalan la estética. Si se trata de dotar de presencia a los objetos, helos aquí, los grandes ausentes, esos objetos que nos sirven. Los que se ven y los que no se ven, como los cables que nos conducen la luz y las tuberías que nos traen el agua. Todos estos maravillosos objetos civilizadores, hermosos, cómodos, acogedores que no vemos, igual que no vemos las figuritas, y que (eso es seguro) en algún momento perderemos.