Soy funcionaria
de antes.
Me involucro, lucho, me comprometo
siempre.
Sirvo lo mismo para detectar una necesidad que para redactar una solicitud.
Sirvo.
Siento, en el fondo de mí, una vocación de ayuda, un afán de igualación
que es lo que me mueve.
Quiero a los que sirvo, y comparto mi barco en la zozobra como en la bonanza,
con mis compañeros de navío.
Soy parte de un engranaje colosal que, en su totalidad, difícilmente puedo ver,
pero en el que creo.
Señalo, veo, detecto lo que está mal, lo que hace aguas y lo digo, me quejo
pero siempre dentro.
Sueño. Soy funcionaria y soñadora. Sueño con un mundo mejor, más justo, más bien hecho
por el que trabajo.
Soy funcionaria. Mi Señor no es el Estado. Son todos aquellos, decenas, cientos, miles, cuya vida he contribuido, durante más de treinta y cinco años, a hacer mejor.
Vocación: funcionaria. Destino: el niño, las gentes. Momento: el día a día. Reconocimiento:
ninguno.
Pero por esa sonrisa de satisfacción que ayer, hoy o mañana consigo en el rostro de aquel al que sirvo
he dado y doy mi vida.
Soy funcionaria de antes. Y no quiero, no voy a consentir en mi interior, no voy a tolerar que nadie me ponga en tela de juicio.
Si alguien me cuestiona, que cuestione un error, una torpeza, un olvido; pero que me respete, me mire con consideración y tenga en cuenta
mi vida de servicio.
Nota: escribí este texto durante el curso 2017-2018.