Salida en víspera de reyes

Salgo ya tarde. Entro en el parque. Hay dos hombres durmiendo en sendos bancos, apenas tapados, se les nota la forma del cuerpo. No sé si llegarían a helarse si helara. Avanzo por encima de la hojarasca pisoteada, no hay nadie más. Qué desvalimiento. No puedo hacer nada. Sigo andando, me encuentro a un tipo con una aspiradora. Está esperando a otro que viene con un carrito lleno de trastos viejos, han estado rebuscando en las basuras y éste es su botín.

Voy llorando, unos lagrimones enormes. Hace frío. No es nada, sólo me estoy acordando de cosas que me han pasado en tiempos, me apiado de mí ahora cuando entonces sólo estaba en lucha. Conectando conmigo, después de tanto tiempo ocupada en tareas. Pasa, silbando, la bicicleta de un chico de una mensajería. Llego donde las luces y sigo. Todavía hay tiendas vendiendo alcohol. Camino por delante de pizzerías con el suelo sucio, de lugares de apuestas. Hay un hombre totalmente ébrio avanzando, diría que se va a caer. Le miro, saca fuerzas para mirarme al pasar y le adelanto.

Continúa el paseo, sube levemente, baja, las tiendas se suceden, bares baratos, una chica volcada consolando a un chico que ni la tiene en cuenta, apoyados en un portal. De bajón. Las fiestas. Otro borracho. Una juguetería en oferta en vísperas de reyes, muñeca que llora y dice papá y mamá a veintinueve con noventa y nueve, no sé por qué esto me rompe el alma. Está en el centro, está de oferta, un céntimo menos de treinta.

El suelo sucio, las paradas de los autobuses llenas de carteles a medio arrancar, restos de ropa abandonada en un murete. En un escaparate, vestiditos de fiesta baratos, de tirantes que se retorcerán. Más suelo sucio. Grupos pequeños, todo desanimado. Entro en el supermercado y dejo de estar atenta, estoy en mi medio habitual, nada me llama la atención. Ahora puedo pensar. De día, veo el esfuerzo de sujetarlo todo. De noche, el esfuerzo que hacen todos por sujetarse.

Me imagino lo que pasa dentro de mí, en todo mi cuerpo, y vuelvo a llorar. Me llevo yogur, verdura, fruta, todo racional. Entonces pienso: son ellos los que entran aquí conmigo tantas veces a hacer otras compras que no entiendo. Son ellos los que tienen que rellenar con sueños lo que falta, los que se están llevando azúcar, bollos, bombones, alcohol en la tienda de al lado, pinturas, artículos de arreglo personal. La chica joven que ha entrado con el scooter va muy pintada, el que supervisa las cajas se ha tropezado con el patinete y se ha caído. El patinete es el sueño de la chica.

Y siguen la cola y el cajero. Y ahí en la cola van recomponiéndose para volver a actuar mañana, unos mejor, otros peor, todos permaneciendo más o menos en sus nichos igual que yo permanezco en el mío. Pago, salgo, me meto por las calles más oscuras donde a veces hay gente que duerme en el suelo y me da pena, otra vez, de todo. Las lágrimas me calman. Sé lo afortunada que soy porque consigo conectarme conmigo misma sin ayuda, sé cuánta ayuda necesitarán ellos para conectarse consigo mismos sin palabras, sin conceptos, sin apoyo, sin futuro, como la hojarasca pisoteada del parque a la deriva.

Y se me ocurre preguntarme cómo es posible que el cajero automático se porte de modo tan implacable, con esa voz de mujer perfectamente modulada, con tal precisión, tan disonante con todo lo demás, odioso por naturaleza, representante de lo otro que avanza glacialmente seguro, en marcial contraste con todo lo que ven mis ojos.

Mientras, todos los demás estamos como decía antes: de día, haciendo el esfuerzo de sujetarlo todo; de noche haciendo todos el esfuerzo de sujetarnos. Las cosas que he visto son necesarias, nada sobra, todo tiene su papel: los bombones, los juguetes baratos, el alcohol que anestesia,  la comida basura, el azúcar que anima, los vestiditos de fiesta, los sueños, el patinete, el maquillaje. No es sólo sujetarlo todo: es sujetar a quienes, sin saber por qué ni para qué ni de dónde viene ni qué ira a pasar con todo y mucho menos qué ira a pasar con ellos mismos, lo están sujetando. Sujetarlos y que se sujeten antes de que salgan despedidas las cosas, los sueños y ellos mismos, y sólo tengan el banco del parque o el botín de las basuras.

Yo también vivo en sueños, y tampoco sé lo que será de mí.

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