
Nota: dedico esta entrada a mi compañero Guillem A. K. en respuesta a su último comentario.
La primera violencia: la del aplazamiento del despertar sexual; herida que, a veces, queda abierta para siempre.
Un despertar sexual que no es tal, que es el despertar al otro. Es, en realidad, el despertar al otro lo que se aplaza. (¿Qué esperar mañana, si el hoy es sofocado de tal modo?)
Palabras no mediadas por nada, escritas en un aire sin cultivos. (Terreno agreste, aún no profanado por la cultura visual.)
Los márgenes, tan cerca nuestro y no los vemos.
Amor, cada vez más escondido, cada vez en lugares más recónditos.
Qué será de esas manos, que ayer compartieron esto en el puente -ese lugar que reconocen, aún, como el lugar para el ensueño que es. Qué vidas estarán comprando, qué cuerpos estarán abrazando, qué será de sus sueños, qué habrá sido de ellos.
Y el arte como cauce a la necesidad vital de expresión; artistas, los que estamos llenos de esta necesidad; artistas los que, estando mudos, quieren recobrar la palabra. La palabra tiene que tomar cuerpo donde sea, como sea, allí donde nace. Como palabra, como imagen, como nota. También como acción, como actuación demandante cargada de sentido. Artistas en el Puente de Vallecas.
He intentado modificar el interior de las pintadas y no he podido, no he sabido.
He intentando encontrar títulos y no me parece bien ninguno.
Pintadas en el ruido del puente de la autovía.
El horizonte de ruido que trae conciencia, la altura que ensancha.
Conforme pasan los años, cada vez menos brillo en el color de las pintadas, más color pastel.
¿Qué nos reprochan? Nuestra tristeza. Nos apagamos.
Pintada en un puente de la autovía: ¿Nos bañamos en cueros?
Pintada en un puente de la autovía: compraros una vida, tristes.
Pintada en un puente de la autovía: te quiero y te da igual
Pintada en un puente de la autovía: tu cuello en mi boca
Pintada en un puente de la autovía: finalmente, seremos tú y yo.
Pintada en un puente de la autovía: entre sábanas
Todo lo anterior. Pero, por encima de todo, la verdadera disidencia fuera del arte como artificio, fuera de los despachos de los psicólogos, más allá del discurso cada vez más ininteligible de la izquierda, lejos de los constructos huecos del fascismo, fuera de toda escuela. La disidencia que aún no ha llegado al reino de la necesidad. La verdadera disidencia, en el ruido del puente, que casi nadie sabe que seduce, y menos porqué. La verdadera disidencia, en la calle.
Pintada en el puente: me faltan las ganas para ganar, pero es que a veces se hace así.
Ruido y pintadas. Lo que aún no llega a ser sonido ni discurso. Aquello frágil en lo que aún nada se ha establecido, aquello frágil que lucha por sobrevivir sin traicionarse.
Bischofberger U (2025) Amapola en un solar tras una reja (Fotografía)