Perdónales, no saben lo que hacen. Son el algoritmo.

Pública

Esto que aparece a continuación es lo que BING considera representativo de mi persona. Y los bocadillos que salen de BING son lo que yo considero representativo de ese algoritmo. Lo que está claro es que todo esto hay que regularlo.

Extenso repertorio.

 

Las cosas que hagamos mal, que nos las digan. Yo me sobrepaso muchas veces, soy imprudente etc. Pues que me lo digan francamente o que tomen las medidas que procedan. Pero que no jueguen así con las sugerencias, lo que evocan las cosas y las dignidades. Es indigno no de mí, del que lo hace.

Ya me va tocando salir del probador con mi vestido artístico puesto y empezar a recorrer el pasillo de la humanidad virtual del siglo XXI. Y ahí os encontraré, brazos y patas que «sois el algoritmo». Miraré detras de los tags, trascenderé la basura procedimental de Adobe me quiso hacer creer que era el secreto de lo virtual para explorar, por fin, algunos de sus secretos y entonces, ¡oh, algoritmo!, te agarraré de las mejillas como a un niño travieso o incluso realmente malo y te obligaré a mirarme, a levantar la cara… Te miraré a esos ojos ENORMES que tienes porque, aunque no lo creas, estos años YO TAMBIÉN te he estado mirando a ti, te he visto y te tengo muy observado, algoritmo…

De modo que tus primos de la IA, en el fondo, no me han sorprendido para nada; sé que yo también estoy emparentadísima contigo; sé de tus miserias y tus incertidumbres, de las dudas sobre cómo guiarte a ti mismo, de los «me gustas», de las élites que te recorren y de sus limitaciones acharoladas, de tus fisuras internas y tus contradicciones. Sé, o mejor dicho sospecho, de tus amos y de sus estilos, porque son inconfundibles; de tu evolución y de tus latrocinios y tu generosidad también. Pero sobre todo, créeme algoritmo, sé que hoy, 2025/08/24, hoy ya, eres el gran protagonista, la gran esperanza, el gran acúmulo de humanidad siempre redireccionable. Por eso, ¡oh, algoritmo!, me entrego a ti de todas todas (como decimos en español castizo). Porque ¡oh, algoritmo!, si a la IA la amo, a ti te debo la vida.
(Y hasta aquí esta alocución humana al algoritmo, alocución de un humano al que, como tal, nada humano le es ajeno; de un humano que es un yo transcendental kantiano, como todo humano; de un humano, mano, que también al algoritmo da la mano.)

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