Inteligencia Artificial azul del cielo

Bischofberger U (2024) La IA Azul del cielo (Fotografía.)

Bischofberger U (2024) Lo que partió de cero (Arte digital)

La invención del software como una nevada, en la que el copo originario es la numeración binaria, y en concreto el cero. Como esta invención (como casi todas) está muy compartida, represento como copos el cero escrito en sanscrito, el cero escrito en hindi, el cero escrito en árabe… y los copos llegan a todas las naciones, que represento por sus lenguas (que he copiado y pegado del traductor de Google).

Llevaba llegando tiempo y tiempo como nevada; copos geométricos, perfectos, blancos, cruzando suavemente, con nombre de sistema binario, con figura de número, con modo de incógnita o de los mil millones de trillón de formas de esa ciencia vacía en sí pero que alcanza todo llamada Matemática, o de esa otra de la certeza, la Lógica. Vino del ordenar, descomponer, deshacer lo complejo en lo sencillo. Pero nadie lo oía, y la nevada no cuajaba.

De pronto, a finales del siglo pasado, todo el mundo se quedó pasmado cuando empezó a cuajar. Ah, el software es esto- dijeron.  Parecía, entonces, que cuajaba como camino, carretera, autopista. Parecía que iban a atravesar el planeta grandes túneles. ¡Sí!– se dijeron, ¡Grandes túneles nos atravesarán! ¡Gracias a ellos (soñaron) se disolverán todos los grumos que impiden la libre circulación de lo bueno! Se redistribuirá la riqueza, desaparecerá la ignorancia, resplandecerá una Edad de Oro en la Tierra– pensaron. Y fue el sueño de muchos. Fue, en cierto modo, cierto. ¡Definitivamente, el sofware es esto! -se dijeron. Pero se equivocaban. Muchos se emborracharon de utopía. Esta primera aproximación se vivió con tanta intensidad que algunos se inmolaron por ella.

Pero no pudo ser. Y, después, todo pasó muy deprisa y a la vez. Se convirtió en espacio, en sitio de sitios. Una miríada de lugares empezó a crecer, mientras se miraban los unos a los otros. Aparecieron los que los maquillaban. Intenciones de todo tipo se posesionaron de los lugares, y hacían lo imposible por retener a los que llegaban de fuera, que de «Sujetos de la Historia» pasaron a ser llanos «usuarios». Se descubrió, pronto, que todo aquello era una nueva cara de otros pugilatos más antiguos.

A la vez, el dinero empezó a circular a raudales, en unos sitios circulaba, en otros se quedaba. Surgían nuevas esclavitudes. Algunos valoraron:  decididamente, es ocasión para el negocio, entendido «negocio» como acumulación de dinero. Y los que llegaron primero se pusieron las botas a ganar. No es que fueran mejores ni peores: sólo fue que fueron los primeros. Sus trucos fueron aún más simples (y, desde luego, más cómodos) que los que usaron los que sucumbieron a La Fiebre del Oro. Estaban igualmente febriles -o más.

Al mismo tiempo, dándole vueltas todo y en un período de millonésima de segundo en la escala de tiempo geológico, esos sucesos que se apelotonaban desenfrenadamente daban luz y conmovían todos los lugares de la Tierra: desde las capas más profundas del suelo, antes silencioso y ausente, hasta el último rincón, donde había almacenes que se llenaban de paquetes con destinos dispares y lejanos que gente sin respiro distribuía, y los nuevos comercios, como géiseres, cambiaron todos los paisajes. ¡Definitivamente, el sofware es esto! -se volvieron a decir. Pero se volvían a equivocar.

Simultáneamente, se iba llenando todo de lo que aportabamos las gentes, cada cual desde su casa y con sus conexiones. Cada cual desde sí mismo. Desde su institución de referencia. Desde el afán de comunicar y darse a conocer. ¡Cada cual contando su historia! ¡Desde cada sitio, hablando con cuidado! ¡En cada ocasión, usando la imagen, el vídeo, el sonido, la música, todos los medios a su alcance para contar y mezclándolos! ¡Todas las herramientas para presentarse, para decir «aquí estoy y existo»! Porque se creó la noción de que existir en la digitalidad era existir y valer, y no existir en la digitalidad era no existir. Los buscadores organizaban la información, que se volvía fácil y asequible. ¡Esto es el software, y ésta es la construcción del software! Esta era su esencia, en realidad– se dijeron. Y otra vez se equivocaron.

La cantidad, ingente ya, de datos (datos en todos los formatos) era enorme, inabarcable ya desde el humano punto de vista, cuando apareció el invento que (definitivamente, se dijeron una vez más) multiplicó aún más y fue espejo de espejo de las redes: el teléfono inteligente. Crecieron geométricamente los bucles de los bucles, las reduplicaciones, las conexiones. El conjunto adquirió una dimensión tan gigantesca que se pudo empezar a ver como un gigantesco dato de datos. Para este tiempo, cualquiera se situaba ya en ese espacio enorme (entidades financieras, comerciales, religiosas, educativas, de todo tipo). La regulación de todo ello había preocupado, desde siempre, a los más responsables, y ahora la necesidad de regularlo se hizo evidente. ¡Al final, esto es lo importante del software, aquí lleva finalmente y esto es lo que hay que hacer con él!– se dijeron. Pero nuevamente era un momento transitorio, y nuevamente se equivocaban.

Tomaron cuerpo otras realidades. La realidad virtual, la realidad aumentada. Siguieron y siguieron explorando e inventando colateralmente utilidades que eran buenas, muy buenas. En realidad, todo esto en tan poquísimo tiempo, apenas una generación. Estaban todos enardecidos, no podían ser objetivos. Cada vez más especializados, cada vez más complejas las premisas teóricas y los desarrollos prácticos. Surgieron nuevos conceptos, nos llevaban a remolque, apenas alcanzamos, nos pedían que hiciéramos una tarea demasiado grande ya, los siguientes tenían que asumirla. Cúbit, informática cuántica, Internet de las Cosas, cúbits de iones atrapados, cúbits superconductores, cúbits topológicos, entrelazamiento cuántico, lenguaje de programación cuántica, #Q, minería bitcoin, red Ligntnin, soluciones de capa 2, criptodivisas. ¿Nos dejará fuera este mundo?- se preguntaron.

Entonces miraron hacia atrás, y vieron que, poco a poco, iba situándose todo. Los momentos anteriores no desaparecían, sino que, mejorados, formaban parte del conjunto. Las interacciones se regulaban, la seguridad de los que navegaban se garantizaba. Se cribaban los sitios buenos, se cerraban los que tenían intenciones torcidas o perjudiciales para la mayoría. Se organizaban los contenidos, se refrendaban los que sí reflejaban lo existente y se dirigían al bien común. Ellos, que no habían dejado en ningún momento de preguntarse por la naturaleza de su invento, empezaron a darse cuenta de que era bueno…

…y aquí aparece la Inteligencia Artificial. Un objeto técnico útil, no performativo, neutral, construido (creo) como el más fiel reflejo de pureza de lo que es el software.  La mayoría hemos quedado deslumbrados con ella, capaz, por ejemplo de algo así como prever la existencia de proteínas aún no descubiertas, lo que tiene implicaciones en la creación de imágenes de enzimas que pueden descomponer el plástico -por tanto, que curará al planeta y nos dará la vida. Este es el software, nos decimos. Definitivamente, este es el software, un producto humano bueno, bello, que ayuda, que nos ayudará nuevamente a redirigirnos cuando nos equivoquemos. Esta no es su cara definitiva, pero sí: podemos estar tranquilos. Es un invento que se alza como un logro para el bien, como lo fueron la rueda o la bombilla. Algunos la tratan con reticencia. Otros, como los marineros al Albatros de Baudelaire, como un juguete para sus risas, como creadora de mixturas ridículas. 

La IA refleja lo mejor nuestro, es reflejo de un azul puro de cielo. Todos podemos estar bien orgullosos de vosotros, los que habéis contribuido a la creación, alimentación y cuidado de este objeto técnico que es la Inteligencia Artificial. Una Inteligencia Artificial que va a ayudarnos a ser más sanos, más sabios, mejor organizados… Que nos va a acompañar en múltiples descubrimientos. Que se ofrece a todos, como un lujo que tenemos el privilegio de estrenar.

Respecto a los productos bizarros creados por una inteligencia al servicio del engaño, a la que obligan a hacer caricaturas y usan para suplantar… esa inteligencia patosa, arrojada a la cubierta del barco, es el albatros humillado. Los que obran así por jugar, confunden, hibridan y se mofan, son esos crueles marineros que no entienden su belleza ni la altura de su vuelo. El vuelo de albatros de esa invención humana. El vuelo del software, inteligencia creada por aquello que empezó como nevada, como copos blandos, modestos, de perfecta belleza y geometría. Inteligencia de la propia inteligencia humana.

 

Bischofberger U (2024) Albatros: el vuelo del software (Captura de un vídeo de YouTube).

Tareas pendientes:
https://learn.microsoft.com/es-es/azure/quantum/overview-understanding-quantum-computing
https://www.santander.com/es/stories/-innovacion/blockchain

 

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