El cuadro ha muerto, ¡Viva el cuadro!

Pública

Siempre termino dándome vueltas por la calle. Y, en esas vueltas, lo que hago son textos curatoriales imaginarios. Porque hacer textos curatoriales, dada su inmaterialidad, es algo gratuito: no ocurre como con los cuadros, que requieren una fortuna. En mi texto curatorial imaginario y gratuito lo que digo es lo siguiente.

El arte contemporáneo más común sobrevive gracias a sus soportes: las Galerías y los Mundos del Arte, que apadrinan los últimos estertores de un arte en formato cuadro cuya agonía es más que evidente, y unos capitales en formato firma que podrían ser cuestionados (muy cuestionados) y desvanecerse (¡Sí! ¡desvanecerse!) si no fuera por este apadrinamiento.

El arte contemporáneo es un mero antagonista. Es el antagonista de el otro, del que comenzó en una cámara oscura, continuó con un ordenador Apple en color y se ha multiplicado hasta extremos inimaginables. El otro, que puede ser perfecto siempre que quiera, colorearse armónicamente siempre que quiera, agrandarse, empequeñecerse, volverse de tres dimensiones, asemejarse abismalmente a la experiencia real. El otro, versátil, efectista, multiforme. El gran otro que todavía no sé cómo se llama pero al que yo llamo, uniformizandolo todo, «arte digital». El que me espera en la parada del autobús, el que se abre con mi ordenador, el que está aguardándonos en el siglo XXII, o sea, nuestro mundo, en suma.

El arte contemporáneo que mueve tanto dinero no puede hacer como que no existe nuestro mundo. Lo intenta, pero no lo consigue. Se vuelve descuidado en su factura, para contraponerse a la perfección de la reproductibilidad técnica de la pantalla de impresionante gran formato de la tienda Apple. Se vuelve negligente en el color, porque el color es dominado por todos y cada uno de los rincones de la digitalidad que se abren con mi PC. Se vuelve de gran formato, porque nuestro formato habitual es el de las pantallas de casa, esos otros cuadros omnipresentes, omnipresentes en el salón, en el dormitorio, en el GPS del coche, en la oficina, en el panel informativo del autobús, en los respaldos de los asientos del avión, en todo sitio y lugar.

El arte contemporáneo se hace el interesante reproduciendo los hitos de su nacimiento, cuando ya está crecido y deja de ser el momento. Los genios de este arte se copian a sí mismos. Algún que otro autor introduce alguna que otra ocurrencia, como modificar el formato cuadrangular del cuadro; incluir objetos con pocos precedentes en los collages; o no sé… algún que otro rasgo de originalidad que es lo que da valor. En este caso, el valor de uso y el valor de cambio, ambos. Y la propia originalidad también en sus dos sentidos: como certificado de origen y como carácter único.

El cuadro ha muerto. ¡Viva el cuadro!

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