Sobre el estatuto jurídico de la felicitación de la Navidad al pelo de una axila

Pública

Como todo en esta vida, el pelo de una axila depende del contexto. Una cosa es el pelo de mi axila, por poner un ejemplo propio que está a unos pocos centímetros de mi cerebro, y otra cosa es el pelo de la axila de Úrsula von der Leyen. Primero, porque el «von» significará que es noble (aunque no la he buscado, la verdad). Y segundo, porque la mención del pelo de su axila puede resultar ofensiva, dado el estatuto subsidiario que tiene un pelo de axila en relación con partes categorizadas, por su poder, como «nobles»; así, ojos, boca, manos, etc. En conclusión: mencionar la parte innoble de una noble es una bajeza propia de vasallas imputables.

Cuando, con toda la inocencia que (prácticamente, salvo alguna que otra zona de maldad) es mi esencia, he mencionado el pelo de la axila de mis instituciones, en primer lugar me he arriesgado, porque, como soy una persona tan esforzada, acumulo cientos de instituciones (sin exagerar) que, dada la sobrecarga laboral, estarán casi seguro sin depilar. Por tanto, cuando pronuncio el sintagma nominal «el pelo de la axila de mis instituciones», el significante es ese, pero el significado es un nombre colectivo, a saber: una auténtica cabellera.

¿Le puede ofender a la susodicha cabellera que la mencione? Pues depende, porque tengo instituciones para todos los gustos. Buenas, malas, regulares (algunas son regularcillas, pero veeeenga, os perdooonaaamos). Altas, bajas. Rubias, morenas. De pelo liso, de pelo retorcido. Calvotas, peludotas. En fin, no me extiendo en este párrafo porque si algo les gusta a las instituciones es terminar la faena. Y la conditio sine qua non de la terminación es la brevedad. Ergo admiro su paciencia conmigo, su amor a mi arte etc. etc. etc. etc. etc. etc etc. etc. etc. etc. etc. etc.etc. etc. etc. etc. etc. etc.etc. etc. etc. etc. etc. etc.etc. etc. etc. etc. etc. etc.. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc etc. etc. etc. etc. etc. etc.etc. etc. etc. etc. etc. etc.etc. etc. etc. etc. etc. etc.etc. etc. etc. etc. etc. etc.. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc.etc. etc. etc. etc. etc. etc etc. etc. etc. etc. etc. etc.etc. etc. etc. etc. etc. etc.etc. etc. etc. etc. etc. etc.etc. etc. etc. etc. etc. etc.. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc. etc.
(Este párrafo lo he hecho para que las instituciones practiquen una de sus necesidades: la llamada «leer por encima». Entre nosotros: yo, mientras, miro debajo de su ropa; concretamente, su axila.)

Pero ¡oh, cielos! El vértigo del respeto me sube patas arriba y me hace pensar si será jurídicamente imputable como falta el que yo me imagine el pelo de la axila de las instituciones así, como colectivo peludo. Entonces, ¡oh, Folio de la UOC! voy a cortipegar la reflexión de Gemini sobre este tema jurídico, que es la siguiente.

En conclusión: como, según el Derecho, Cogitationis poenam nemo patitur, es decir literalmente «nadie (nemo) mete la pata (patitur) si se apena (poenam) pensando», yo felicito la Navidad a todos los pelos de todas las axilas del mundo, porque, quien más quien menos, no hay nadie ni nada que no esté bajo el paraguas de alguna institución, incluido el Estado. Por tanto…

¡Felicidades, instituciones!

PD. Instituciones: ahora sin broma. Os respetaré en tanto tengáis pelos en las axilas. Si no, para mí sois tan descabelladas como los niños chicos.

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