Una masa roja pesa sobre mí: me obligan, me someten, me hieren y llenan de sangre y control… ay, ¿quién? ¡Claro! Todo está bien. Los que me obligan, me someten, me hieren y me llenan de sangre y control son aquellos que están hechos para obligarme, someterme, herirme y llenarme de sangre y control. De esto último, me han ido convenciendo en azul, por medio de la persuasión y con mis iguales, que acarician las mismas ideas (subjetividad subjetividad subjetividad subjetividad subjetividad subjetividad subjetividad todos bailando al unísono).
La sangre y el control, lineales, mueven barcos, lanzan bombas, crean cadenas de montaje y arrancan el metal a la tierra. La cultura que me enseña ideas crea nuestras subjetividades, penetra en mi cerebro de forma sinuosa y me constituye a mí misma…
Este, y ese, y aquel, y yo, y aquella, y aquellos, y los de fuera, y los que nos miran, y los que miramos, y los que crearon aquello en lo que nos movemos… formamos algo diferente que llamamos intersubjetividad. Miramos. Interactuamos mediante el diálogo. Colaboramos. Colectivamente elaboramos el sentido. Y todo ello ¿Cómo? En un entorno, en un contexto. La relación nos constituye, la relación es insoslayable. La obra de arte no existe tampoco sin el público.