Superstición es ver sólo la silueta

Pública

Bischofberger U (2024) Silueta dos en png (Arte digital, y juraría que la IA arregló unos cuadraditos grises irregulares y los regularizó, la muy…)

No hay nada más gratuitamente nefasto que la superstición, que arrasa en muchísimas mentes, claras y sensibles u obtusas. Arrasa en la inocencia del niño y de los que no saben tanto como en la de los que saben, pero siempre en la de los que están sometidos. Prende con rapidez en el que está agotado, y se erige como prueba de lo que se desea. Se hace eco del miedo. Justifica al poderoso y atemoriza al de abajo. Por la superstición se segrega, por la superstición se hace daño y se mata. La superstición es advenediza en las religiones, reina del mercado ilegal de especies salvajes y de casinos, presidenta de las cazas de brujas y se hace hueco en el corazón de muchas creencias. Cuando el deseo amoroso aprieta, la superstición se hace sitio. Manipula para que se haga lo que la costumbre o la conveniencia dictan, y les confiere un halo tenebroso que encoge y debilita. Anula la libertad y entroniza al destino, y lo escribe con mayúsculas.  También, desgraciadamente, es protagonista de muchos foros de los medios y del arte; y los artistas, siempre caminando por la cuerda floja, siempre tensados, siempre en la incertidumbre y en la carencia de agarraderas y referentes reales, se adhieren con facilidad a ella.

¡Artistas! Seres deliciosos y envidiables, los comediantes que nombraba Fernando Doménech en la escuela de arte dramático… Artistas llenos de bromas y alegría, soñadores ambulantes, duendes del engaño. Titiriteros, magos, trapecistas que cogen un cubo y ven en él un sombrero. Ahora, artistas tristes, solos, diseñadores gráficos peleando, no porque no logran escurrir la dichosa tela, sino porque, ay, no se me ponen las letras donde debían. Artistas digitales enfrascados en su pieza, humildemente esclavos del software, amados, verdaderos artistas de lo difícil, artistas del conseguir. Artistas del hacer reír,  que es el arte más sagrado de todos. Payasos sin fronteras, enanitos, brujas incluso… de todo aquello que merece la pena en esta vida. Porque pena hay tanta, tanta…

Una superstición pone en pie un sistema que cae con el tiempo, y otra pone en pie otro que no tiene que ver con el primero. La superstición es asidero de los dudosos, de los cobardes, de los que, sencillamente, no saben que hacer. Está allá lejos, en el núcleo duro y original del pensamiento y de la ciencia… pero la superstición rellena las dudas de miedo, carga contra el más débil, conecta la inocencia de fuera con la ansiedad y la culpa de dentro, ciega para lo nuevo y es tirana con todos y con todo. No hay pruebas que la avalen ni puede ser supersticioso un humano que quiera comportarse humanamente. No hay honor ni dignidad en quien se erija en su vocero y se arrogue el mérito de mirarla más de cerca que nadie, sacerdotes siempre de la peor calaña. Certifica apariciones, diviniza los bigdata, escribe el zodiaco, interpreta el delirio del demente y demoniza al disociado, mezclándose con el saber científico y con la intransigencia de los que normativizan el «buen vivir» y lo santifican con el «todo para el pueblo pero sin el pueblo». Da voz al poder en formas muy difícilmente identificables.

Desambiguación: tu tienes lengua bífida, pero eres inevitable. Por eso la ciencia avanza, claro que avanza. Progresa, y, siendo tantos, a un ritmo encabalgado. Hoy he leido que se contrasta que la percepción subjetiva del tiempo condiciona la curación del cuerpo: aseveración que se deriva de otras grandes. Secreto: también tu tienes algo ponzoñoso cuando transcurres en el mundo de las ideas. Intrincado por excelencia: mundo discontinuo que ninguna inteligencia puede nunca agotar del todo. Pero ¿qué hay que hacer? Para eso tienes que mirar. Hay que recoger los papeles, pelar la manzana, darse una vuelta por la playa o irse a dormir o levantarse, y siempre estudiar. Porque estudiar es domar al potro que llevas dentro que, no creas, nunca está domado del todo. Y ayudar, eso siempre.

Si hay algo difícil en la vida, esto es convivir… ¡Mira! Ahí sale alguien que señala algo y nota que afecta, lo repite, y gana ascendiente. Aún más difícil que convivir es decidir, porque cada decisión es una forma de morir un poco. ¡Mira otra vez! Aquel, en exceso responsable, calla. Y esos otros, a la ligera, toman la alternativa y deciden sin fundamento, o inventándoselo,  por todos…  Lo que es más difícil todavía, es decidir solo. Es, casi, como asumir que te vas a equivocar -lo que es un hecho cierto en muchos casos. ¡Mira, una rama! Ahí no.  Cuando veas una rama en una de las bifurcaciones de tu camino, no pienses que es una señal para ti, ni por algo, ni por nada, y no te dejes llevar por lo que se diga. Lo único tuyo es tu camino, la rama no indica nada, y menos a ti. Pero puedes jugar a que sí. Después, camina serenamente. Anda y confía, y vuelve a mirar, y vuelve a hacer reír y a jugar. Mira, piensa y ayuda. Nadie tiene el control aunque finja tenerlo, somos limitados, estamos vivos, solo la buena voluntad sumada da un sentido a todo, y el miedo existe porque el mañana no está escrito. Qué le vamos a hacer. Así es la vida.

Y, dicho esto, habrá que mirar. Mirar y volver a mirar. Mirar con calma y con cabeza. Y mirando, mirando, lo que hay que mirar es no el estado de las ruedas, que también. No que funcione la luz de las candilejas, que también. No si quedan garbanzos en la despensa, que también. Que no lloren los niños, o, mejor dicho, que lloren pero no sufran. Hay que mirar en dos sitios: en la naturaleza y en el software. Es muy importante, como digo, saber mirar, y no distraerse ni confundirse. Y por eso, voy a estudiarme bien esas dos cosas.

Bischofberger U (2024) Superstición: ver sólo la silueta en png (Arte digital).

 

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